En el único país del mundo en el que se eligen equivalentes a nuestros ministros y magistrados es Bolivia. El método fue implementado por el polémico Evo Morales y resultó un fracaso. Pero como Bolivia no es una Federación, esto se aplica más a los jueces ordinarios. Aquí, se pretende que solo se aplique al poder judicial federal y no al fuero común, que es el que afecta a la mayoría de la población

Por Mario Rosales Betancourt

Imagen ilustrativa: AMLO

Si solo hay dos sopas ─una horrible, de frijoles con gorgojos, y otra nefasta, de crema rancia─ y se somete a votación de los comensales cual debe ser servida, eso no significa que haya democracia; es solo elegir el mal menor.

Así, en la realidad, no vivimos una democracia, ya que no podemos votar por cualquier persona, sino únicamente, de manera limitada, por los candidatos que determinan y nos imponen los partidos políticos. Es una partidocracia.

Para puestos políticos, aún con sus imperfecciones, este sistema sí funciona; pero no para cargos que requieren conocimientos, experiencia, vocación e independencia como es el de ser juzgadores. Y más, cuando los candidatos serán puestos por solo un partido.

En el único país del mundo en el que se eligen equivalentes a nuestros ministros y magistrados es Bolivia. El método fue implementado por el polémico Evo Morales y resultó un fracaso. Pero como Bolivia no es una Federación, esto se aplica más a los jueces ordinarios. Aquí, se pretende que solo se aplique al poder judicial federal y no al fuero común, que es el que afecta a la mayoría de la población.

Seguramente de su amigo Evo Morales, López Obrador tuvo la idea, y está obsesionado con ella; y se está dando lo del cuento de Andersen («El traje nuevo del emperador») donde nadie se atrevía a decirle que estaba desnudo al poderoso gobernante.

Muchos colegas especialistas en Derecho, y partidarios y colaboradores de la 4T, en corto me aceptan que no es una buena idea; que ni en el mejor de los casos servirá para solucionar los evidentes y graves problemas de nuestro sistema judicial ─cómo la corrupción, el rezago, la desigualdad en el trato, la parcialidad y el influyentismo, entre otros─.

Hay en la propuesta otras ideas, que sí son convenientes y que apoyo, porque sí pueden ser eficaces para atender los problemas, como el de desaparecer el Consejo de la Judicatura y sustituirlo por un tribunal autónomo, que no presida, como actualmente sucede, el presidente de la Corte.

Pero el presidente se muestra intransigente en lo de la elección, y es su deseo que esto se apruebe antes de que termine su mandato, cueste lo que cueste; aunque los costos sean para el gobierno de Claudia Sheinbaum y para el pueblo.

Y ello será la primera demostración del porqué es malo para la República que una sola persona pueda imponer su única voluntad; aunque para ello se utilicen encuestas y se escuchen opiniones manipuladas y ─con ello─ se quiera demostrar que esto es por voluntad popular.

O sea, la elección de juzgadores no es democracia, sino lo que Aristóteles decía que era su forma impura, su degeneración: la demagogia. Por voto popular, Hamás gobierna en la Franja de Gaza; Hitler llegó al poder; se condenó a Sócrates, y en nuestro México cuantos gobernantes corruptos han sido electos.