- La puerta de oro del Bajío.
- Una ciudad en el centro del país.
- Breve historia.
Por @erosraph.
Foto superior: Gobierno de México.

En el período comprendido entre los años 1568-1569, los indomables chichimecas, alzados contra la Corona, atacaron Comanja y asesinaron sin piedad a todos los españoles allí residentes, salvándose nada más el presbítero Juan de la Cuenca y un seglar de nombre Juan de Sayas, que lo acompañaba en sus labores de evangelización por los llanos y colinas donde más tarde sería la Villa de León. Después, en 1570, desplazándose de estas regiones hasta Xilotepec, estos guerreros aborígenes incursionaron peligrosamente por el Atlayahualco (parte del Bajío), territorio abundante de lagos y manantiales entre Querétaro y el río Laja, obligando al virrey a que urgiera al Ayuntamiento de la capital para que equipara un ejército, el cual saliera a someterlos y castigarlos. Andrés Cavo, historiador religioso de la Compañía de Jesús, muy apegado a la verdad, sostiene que el propio virrey de la Nueva España, Don Martín Enríquez de Almanza, encabezó sus huestes y llegó hasta el lugar donde actualmente se levanta la ciudad de Celaya, razón por la que, el 12 de octubre de 1570, ordenó que se fundara una villa y se poblara con algunos vecinos de lo que hoy conocemos como Apaseo el Grande, más los que habían puesto ya sus fincas y sus amores en los alrededores de una aldea otomí llamada Nattahí (actual barrio del Zapote).
Origen del nombre Celaya
Lingüísticamente, se tiene razón de escribirlo con “c”, casi tanta como –por algún probable error ortográfico- hacerlo con “s” o “z”, porque desde el principio así fue, así ha sido y así será. Las faltas de ortografía de aquellos tan ignorantes como rudos amanuenses no disculpan la terquedad de los de ahora, entre los cuales hubo uno que, incluso -en su afán de ser notable- llegó a ubicar el reino de Vizcaya ¡en las montañas de los alrededores de Sevilla! (Andalucía), todo por darle patria y lugar a un oscuro Juan de Cueva, quien fuera secretario de gobernación del virrey Martín Enríquez de Almanza, confundiéndolo con el gran poeta Juan de la Cueva, sevillano, que estuvo en México, no como funcionario público, sino de visita, un poco antes de que don Martín y el homónimo secretario partieran hacia el Perú, dejando el gobierno en manos de Lorenzo Suárez de Mendoza, conde de la Coruña.

En ocasiones, lo payo, lo provinciano o lo mal informado en materia idiomática, hace caer a las personas en exabruptos y en excesos que sólo hablan de su buena fe (como es el caso de la traducción de la divisa de su escudo, la cual creen que viene del italiano y que significa, en plural, “de los fuertes es la dulzura” (sic). La verdad es que Celaya por siempre tuvo fincado el edificio de su origen en el vasco Celai, que significa prado, campo, pradera o pastizal, y de allí proviene la palabra Celaya, así, con “c”, la cual tuvo algunas variantes ortográficamente mal escritas por quienes en aquellos momentos se hallaban más entretenidos en las armas que en las letras: Zelay, Selai, Selaya, Zalaya, Zelalla, Selalla, etc. Pero, a su vez, esta Celai vasca pudo haber partido desde el latín celar/celare: vigilar un prado, guardar, encubrir, ocultar, de donde se derivaron palabras como cela (Camilo José Cela), celadilla, celador, mismas que por su cuenta le hacen honor al cel de los celtas, pueblo invasor llegado a la península ibérica en el siglo 1 antes de Cristo, en el norte, donde precisamente son las provincias vascongadas, y el latín -al arribo del imperio romano hasta aquella latitudes- arrasó con todo: religión, arquitectura, usos, costumbres, modas, modos y las mismas lenguas, absorbiendo estilos, modelos, formas, culturas y palabras.

¿Quién no nos dice que inclusive la palabra cielo, de coelum, coeli, pronunciado cel-um, cel-i, no venga desde allá? ¿O es que acaso el cielo no es un campo raso? ¿Una llanura, un prado, un pastizal etéreo donde pacen las nubes y los sueños? Una vez iluminada un poco esta raíz, digamos que la familia del poeta español Gabriel Celaya mantuvo y ha conservado adecuadamente el apellido de su estirpe. Y que el resto de los vocablos que comparten esta historia, de larga data ya, se han sostenido en la correcta ortografía: celain, celayen, celagarán, celaya, celacoechea, celachea, celaeta, celaicoa, celayeta, celaender, celaga, celandieta, celarain, celayaran, celayarran, celayandía, celayanda, celayandra, celayondo, celhabe (de cel: pastizal -celta- y habeus: tener -latín-), celimendi, por mencionar sólo algunos.
Su escudo
El campo del escudo es un óvalo, como corresponde a un estado, región o reino, y está enmarcado dentro de una orla que ostenta como adorno cinco carcajes de flechas, en símbolo de las cinco tribus chichimecas sometidas: nahuas, copuces, guachichiles, otomíes y guamares.

El campo está dividido transversalmente en tres franjas de colores: azul -realeza y majestad-, blanco -inocencia y pureza-, rojo -dignidad, poder y soberanía. En el cuartel azul, que es el superior, está ocupando el centro la imagen de la Purísima Concepción, patrona de la ciudad; a su lado derecho luce dorada la cifra o acrónimo de la corona de Felipe IV, en memoria de haber sido este rey quien concedió a Celaya el título de Muy Noble y Leal Ciudad; y a la izquierda de la imagen de la Virgen se ve una cueva, recordándonos que el título se obtuvo por mediación del virrey Francisco Fernández de la Cueva, Duque de Alburquerque. El campo blanco, que es el de en medio, tiene un árbol frondoso (mezquite) que cobija a varias personas, entre las que se ve a un religioso, probablemente de la Orden de San Agustín. Este cuartel o franja es la representación de la fundación de la villa, el 1 de enero de 1571, y de los primeros pobladores (más de treinta) que se reunieron allí para hacer el reparto de solares y tierras bajo la sombra del hermoso mezquite. Finalmente, en el campo rojo, que viene a ser el inferior, hay una divisa escrita en latín, que dice: “de fortidulcedo”, la cual, en romance y haciendo la traducción literal, quiere decir: la dulzura del fuerte, en referencia inequívoca, al capítulo XIV, versículo 14, del Libro de los Jueces, donde se lee: “De fortiegressaestdulcedo”. “De lo fuerte brotó la dulzura”, hablando del legendario Sansón cuando mató a un león y, tiempo después, en las fauces de la bestia encontró un panal de miel. En la divisa de nuestro escudo, por imperatoria brevitas, o sea por abreviarlo, está suprimido el verbo latino “egressaest”, salir, brotar. Y su traducción, por ser una forma de ablativo, es en singular y no en plural: de fortidulcedo: la dulzura de lo fuerte, o la dulzura del fuerte, como ya lo conocemos.
Abajo están dos brazos desnudos, rindiendo sendos arcos, en una actitud simbólica de la sumisión de los indígenas al poderío español.
Fuente: Archivo de Celaya
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