Por Roberto Santa Cruz
Foto tomada de Sol, de Quintana Roo
23 de marzo, 1994
Esa tarde estaba en clase. Había pasado un día apenas de un accidente en el que estuve involucrado.
Repentina llamada a mi celular. «Urge que te vayas al Aeropuerto»…
¿Motivo? Había ocurrido un atentado contra Luis Donaldo Colosio en Tijuana, ciudad que cerraba una gira por Sinaloa y Baja California. Era confuso lo sucedido, se hablaba de golpes al candidato, pero las versiones eran muchas, la orden era checar si Colosio llegaría en avión para ser atendido en la ciudad de México, se especulaba que podría sobrevivir a sus heridas.
No fue así.
De cualquier forma, al confirmarse la muerte del candidato a la presidencia por el PRI, de inmediato pedí a la gente que me diera su opinión. Veìan la grabadora, me veían con pasmo.
Me observaban con los ojos desorbitados en los pasillos del Aeropuerto.« ¿Qué dice, que mataron a Colosio?».
Incredulidad absoluta, pero al mismo tiempo estupor en mis entrevistados. Terminé de grabar y fui al aire con esas reacciones. Radio Mil estaba en cadena, todo era caos, las transmisiones de Radio y de TV, una locura. Órdenes y contraórdenes.
Nueva comisión, muy temprano. Esperar la llegada del cuerpo de Colosio en el Hangar Presidencial, a un lado de la Base de Cóndores. Operativo de seguridad extremo en las inmediaciones.
Era yo responsable de la cobertura desde el helicòptero, triste caravana…
Todos los reporteros disponibles, trabajando. Faena de horas y horas.
En Radio 13, sorprendente la transmisión de mi hermano, con un enlace de la reportera Eduwiges Baena, quien estuvo esa tarde en Lomas Taurinas. El diálogo ha quedado para la historia de México porque muchos reporteros creyeron que el mitin no valía la pena y no estaban. Eduwiges se quedó y le correspondió ser testigo de aquel drama.
Un dìa después del 23 de marzo, fuimos comisionados para los funerales en Gayosso de Félix Cuevas, donde escuché aquellos gritos de «¡Asesino!» en contra de Manuel Camacho Solís, y donde pude ver multitudes afuera. Gente que no era, para nada, acarreada, sorprendida aún, incrédula. Juan Enrique Velázquez Pelcastre también allí…
Días negros que presagiaban la tormenta de la que no hemos salido…
