Por Roberto Santa Cruz
Foto: Ernestina Godoy, procuradora de justicia de la Ciudad de México (Especial).
El diácono se dirigía a la iglesia donde habitualmente auxiliaba al párroco.
Tuvo contacto con algunas personas, una de ellas su prima, y también mandó un mensaje a un amigo. A su prima le dijo precisamente la ruta. De manera inicial se señaló que había salido de la Universidad Intercontinental, sede también de los Misioneros de Guadalupe y del Seminario de Misiones Extranjeras.
Pero no fue así, al menos no exactamente.
Horas después de su salida de casa, que no de la universidad, enfiló a la casa del párroco, donde llegó pasadas las 11 de la noche del martes 11 de junio.
La historia oscura comenzaba a escribirse. Aquel joven, que en las fotografías aparece amable y servicial, cruzó el umbral de la casa del sacerdote, su superior en la parroquia de Cristo El Salvador.
Después, unas cuatro horas después, ya estaba muerto.
¿Qué sucedió?
Su crimen vino a sumarse al que una semana antes se había perpetrado en contra de Norberto Ronquillo, lo que hizo que su desaparición fuera inmediatamente retomada por los medios masivos y las redes sociales.
Las investigaciones iniciales indicaron que el diácono murió por asfixia y que había sido torturado, pero no era secuestro, sino algo premeditado. Lo mismo diría después su hermano al ser entrevistado cuando fueron los funerales.
Encontrado el cadáver el día miércoles 12 de junio, en un bosque, dentro de su auto, a 9 kilómetros de la parroquia y hecha la necropsia, fue entregado a su familia.
Vinieron los funerales, la Misa de Cuerpo Presente, pero en ese momento justo no se sabía quién era sospechoso, quién pudiera haber hecho eso.
La presión aumentó para las autoridades. El caso, nada fácil.
Fueron las cámaras de seguridad en la vía pública las que dieron pistas, elementos, para proceder a la detención de quien ya era sospechoso: el párroco, el amigo del diácono. A las tres de la mañana, el auto del diacono salió del domicilio del clérigo rumbo al sitio donde finalmente se halló su cuerpo. Las imágenes, además, mostraron un auto en la escena, posiblemente de un cómplice.
La orden de aprehensión se dio cuando ya había rumores de un sacerdote «equis» implicado.
Ese sacerdote está detenido preventivamente.
La muerte de Leonardo Avendaño abrió heridas profundas. La Arquidiócesis demandó investigación, la que finalmente llevó a uno de sus curas. Con ello las voces anticlericales de siempre tuvieron alimento nuevo.
Los abusos de pederastia, de los que tuvo conocimiento el cardenal Rivera, volvieron a aflorar, porque muchos adelantaron que la relación del párroco con el diácono era insana, «rara», quizá contra natura.
Adelantaron conjeturas, quizá.
¿Pero realmente la familia de Leonardo Avendaño no sabría eso? ¿Los mismos feligreses no lo intuirían?
Haremos una reflexión final. Si el sacerdote cometió el crimen, debe seguir su proceso, nada lo exime. Los feligreses deberán asumir que si es el culpable, para ellos es mejor que esté tras las rejas.
Condenable que exista tal odio que alguien llegue al crimen.
Una vocación que intuimos era verdadera, se truncó. Lamentable que pase, que alguien muera así, en medio de especulaciones.
Simplemente esperamos que haya una investigación seria.
Descanse en Paz Leonardo Avendaño.
