Por Mario Rosales Betancourt (*)
Imagen ilustrativa: La Preparatoria 2 regresa a la normalidad (UNAM)
Sin duda, existen y son intolerables las situaciones de acoso, violencia de género y falta de respeto a su dignidad, que padecen mujeres en la UNAM; alumnas, académicas y trabajadoras administrativas sufren afectaciones a sus derechos fundamentales, en razón de su género, y, ante esto, tenemos que sumarnos al «¡Ya basta!».
Lo importante es ver la razón, terminar con sus causas y aplicar las sanciones a quienes se compruebe han cometido delitos y faltas.
Para empezar, lo que sucede en la UNAM es reflejo de lo que sucede en todo el país y en todos los ámbitos, desde en la familia, los centros de trabajo, las Iglesias y, desde luego, en todos los órdenes de gobierno e instituciones e instancias públicas y privadas.,
En todos se presentan estas nefastas prácticas y la Universidad no es la excepción y, si se nota más, es porque las universitarias actúan con un valor, activismo y conciencia critica que no tienen mujeres que solo calladamente soportan las vejaciones de las que son víctimas.
En la UNAM, las más de las víctimas son alumnas y los más de los victimarios son estudiantes, y las acciones van desde tomarles fotos en los sanitarios, hasta violaciones. Pero las que más escandalizan, son las de funcionarios que usan su poder para acosar a sus dependientes laborales, o a quienes tienen que dar un servicio o permiso. Y desde luego el de profesores sobre alumnas.
El origen del problema, en la UNAM surge del sistema de contratación y selección de profesores y la motivación que muchos tienen, para dar clases. La realidad es que la gran mayoría de profesores no lo hace por el medio que establece la legislación universitaria, o sea, el examen de oposición, sino como interinos por «cuatismo».
Los hay que por saberse amigos de los jefes, saben que pueden impunemente hacer lo que quieran. Como el sueldo es poco y hay quienes no tienen verdadera vocación por la docencia, le piden a sus amigos la posibilidad de dar clases —generalmente por poco tiempo— para tener la posibilidad de poner en su currículo: «Profesor UNAM», y para… ligarse a las muchachas.
Por ello, lo primero es que se deben establecer sistemas más transparentes y confiables para la contratación de profesores, que eviten que entren a una labor tan importante como formar profesionales útiles, personas que solo quieren ser profesores para acosar a las alumnas.
Ahora bien, sin negar la realidad y exigir que se eviten estas prácticas nefastas, lo que es claro que mantener facultades, preparatorias y CCH cerrados no ayuda; por el contrario, daña la defensa de las mujeres y solo provoca que se lastime el prestigio de la UNAM, se dificulte la ya complicada posibilidad de obtener buenos empleos para sus egresados, y se crea que un problema que es excepcional se considere común.
Quienes se benefician son las universidades privadas y sus egresados, los políticos, que quieren agua para su molino, y los delincuentes como los que mantienen tomado el Auditorio Justo Sierra que actúan con impunidad.
Desestabilizar a la UNAM es un daño muy grave que no podemos permitir; es obvio que la comunidad universitaria exige —exigimos— que esas manos negras que nos dañan, salgan de la Universidad.
(*) Abogado, profesor universitario y periodista
