México, esquirol de la OPEP y vasallo de Trump

Mario Rosales BetancourtPor Mario Rosales Betancourt (*)

Nuestro país, con el argumento de que le había costado mucho trabajo recuperar la producción de petróleo crudo (que se había caído, según explicó el presidente López Obrador, por el mal manejo de PEMEX a lo largo de 14 años), no aceptó la reducción de 400,000 barriles diarios ( 23%) que le pedían los países productores de petróleo para superar la crisis ocasionada por los exageradamente bajos precios del petróleo. México sólo aceptó 100,000; pero logró que el gobierno de Trump admitió hacer una reducción mayor en su propia producción para compensar, en parte, la que rechazó nuestro gobierno. Lo que se ignora es qué pretenden los Estados Unidos a cambio de su «generosidad» para con PEMEX.

Lo primero que se evidencia es que en el insumo más importante como energético y materia prima, el petróleo —del que se derivan petrolíferos como las gasolinas y petroquímicos, como los plásticos, entre otros muchos— no depende de un mercado libre, sino de un mercado manejado por los gobiernos de los grandes países productores, por lo que los precios están condicionados a que existan o no acuerdos gubernamentales.

Así, la actual crisis la provocó el desacuerdo entre el gobierno ruso y el gobierno de Arabia Saudita, o sea, no existe ya más el libre mercado en algo fundamental como es el petróleo. Entonces, el problema actual, de inicio, no es atribuible al gobierno de López Obrador, ya que no depende de éste que se aumenten o no los precios de los energéticos.

Pero si bien —como dijo López Portillo— el presidente no es el responsable de las tormentas, sí lo es del timón; y el presidente López Obrador cometió y comete errores en el timón.

El primero fue que en su afán de terminar con la que él define «mal llamada reforma energética», destinó muchos recursos a lo que llamó el rescate de PEMEX —que sí, efectivamente, logró aumentar la producción, pero a un altísimo costo—.

Muchos, en ese momento, señalamos que era una mala decisión, porque, por un lado, ya había mucha producción internacional (incluso Estados Unidos, de ser país importador se había convertido en país exportador) y, por el otro, la tendencia mundial era que bajara la demanda por el desarrollo de energías limpias. Un ejemplo de esto es el crecimiento paulatino de la fabricación de automóviles eléctricos.

Así, al inicio de su gobierno, muchos señalamos que ya no era un buen negocio para el Estado invertir en ser productor, ni de crudos, ni de gasolinas; que se debería dejar esto a capitales privados. Y que el gobierno debía dedicar sus limitado recursos a otro tipo de inversiones, que le dieran mayores rendimientos sociales y económicos.

Pero no hizo caso, gasto muchísimo en PEMEX, lo que generó un elevado costo de producción, y con ello una reducción en las ganancias, o sea, ya se produce más, pero no se incrementaron los beneficios petroleros.

Con la caída de los precios, el coste de producir un barril en México es mayor que el precio de éste, en el mercado internacional. Y si bien existe desde los gobiernos anteriores un seguro de cobertura, es suficiente.

El dilema de México —hasta ayer— era que si no aceptaba reducir la producción, los precios se mantendrían muy bajos, con lo cual iba a perder porque los costos de producción son mayores a los precios de venta. Y si aceptaba, se recuperarían los precios, pero perdería porque al vender menos, sus ingresos se verían reducidos. O sea, nuestro país perdía en cualquiera de los dos casos.

La solución de que los Estados Unidos sea quien tenga un recorte de más del 23%, que es el que se acordó pedir a todos los países —para evitárselo a México— a primera está muy bien para PEMEX, ya que suben los precios y reduce en muy poco, el porcentaje en su producción; pero primero hay que ver que lo acepten los otros países, como Arabia Saudita, que saben que esto no es por generosidad de Estados Unidos, sino por el elemental hecho de que no es la producción, ni los ingresos petroleros lo importante, sino lo es la ganancia petrolera, y ganancias son ingresos menos costos.

La gran diferencia es que mientras en Arabia Saudita —y demás países de esta región-—sus costos de producción son muy bajos, en Estados Unidos son muy altos, porque obtienen mucho de su crudo por medio del fracking, o sea, de la fracturación o ruptura de la corteza de la tierra, lo que, entre otros problemas, es muy caro.

Por ello, a Estados Unidos sólo le conviene usar del fracking cuando el precio es alto. Por ello le conviene reducir —o por lo menos no le perjudica—este tipo de producción.

Y es evidente que no es la generosidad —y menos el amor por los mexicanos— lo que mueve al presidente Trump, sino buscar tener más petróleo, a menor costo; sabemos que bajo las aguas del golfo de México existe una gran riqueza petrolera, y que una parte —la mayor— está en mar patrimonial mexicano y otra menor, en mar patrimonial estadounidense.

Por ende, es muy probable que México, a cambio de esta reducción en su producción ofrecida por Trump, le permita a cambio —a las empresas estadounidenses— tener la posibilidad de explotar y obtener petróleo del Golfo de México. Como decimos en México, «Trump no da paso sin huarache». Sabemos el paso, pero no el huarache.

(*) Abogado, periodista y profesor universitario

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