
Por Mario Rosales Betancourt (*)
Imagen ilustrativa: Pxfuel
El primitivo sistema democrático estadounidense de una democracia indirecta —donde los ciudadanos no eligen a su presidente, sino sólo a electores, quienes lo eligen formalmente— provoca que el voto popular no coincida con el voto electoral; esto tradicionalmente había favorecido a los republicanos, pero ahora sirve a los demócratas que, aunque sólo tuvieron un apretado triunfo en el voto popular, obtienen hasta este momento un amplio triunfo electoral, lo que provocará que los recursos más chicaneros que legales de Trump no logren revertir el virtual triunfo de Biden.
Así, aunque los resultados de las elecciones estadounidense hicieron realidad el peor de los escenarios previsibles, el que el voto en vecino país se dividió en dos partes similares, con lo cual hay el temor de que Biden solo obtenga un triunfo pírrico, no sólo porque aún tendrá que superar impugnaciones y las chicanas legales y políticas de Trump quien —aunque pierde— conserva una gran fuerza destructiva que le permitirá bloquear proyectos y programas de gobierno para mantener un divisionismo extremo que sólo conducirá a una falta de gobernanza, a una parálisis y, con ello, a un daño no sólo a la población de los Estados Unidos, sino a la del mundo entero.
Lo más difícil de comprender es cómo alguien, con tantos contras, como Trump, mantiene tan amplio porcentaje de aceptación de su ciudadanía.
Las explicaciones son múltiples. La debilidad de la democracia radica en que los ciudadanos al votar, no lo hacen generalmente con la razón, sino con las entrañas, esto es, son las emociones las que deciden su voto. Y estas emociones, en la actualidad, son fácilmente manipulables, sobre todo cuando se tiene una gran capacidad de engañar, de despertar temor y de aparentar lo que no se es. Las elecciones las gana, generalmente, el que tiene más recursos y más habilidad para manipular los sentimientos de quienes votan.
Desde el siglo V antes de Cristo, Aristóteles señaló que la demagogia es la forma impura de la democracia. Trump no es un populista, es claramente un demagogo.
Si hubo un gran fraude, pero este no fue el de alterar votos, fue el de engañar a muchos de los votantes, con evidentes mentiras cómo que Biden iba a implantar un comunismo, que iba a detener las vacunas y a encerrar a todos en sus casas; que iba a ser obligatorio el aborto, que iba a prohibir las armas para la protección y que los impuestos iban a subir exageradamente. En fin, muchas mentiras que, por más increíble que fueran, muchos las compraron y muchos norteamericanos creyeron en estas patrañas.
El voto no se basa para muchos en hechos, sino en creencias. Trump tiene una gran capacidad de exaltar y manipular creencias, como la de la supremacía blanca, la del destino manifiesto, las de los cada vez más grandes grupos de derecha, la de los que tienen creencias conspiracionistas que creen que que existe una gran fuerza comunista o de otro tipo que puede apoderarse del mundo, etc.
Así, si Biden logra sortear todo el campo minado que le está dejando Donald Trump, seguramente tendrá un Senado con mayoría republicana y —esto sí, inevitable— una Corte Suprema con mayoría de 6 conservadores y sólo 3 demócratas.
Trump puede mantener y alentar una reacción agresiva y desestabilizadora de sus fundamentalistas, promover la opinión para deslegitimar a Biden, diciéndole que es un usurpador que llegó a ser presidente por medio de trampas. Trump tiene de su lado aún a grupos organizados muy poderosos, parte importante de la prensa, muchas de las iglesias, particularmente los evangélicos, muchos de los empresarios. Esto es puede afectar la gobernanza en su país.
Es evidente que con esta actitud, Trump causaría un gran daño a su país. La duda es si los republicanos lo van a seguir, o van a escuchar el mensaje de concordia que les envía el señor Biden. Esperemos que los republicanos, por el bien de su partido, de su patria y del mundo, se deslinden totalmente de Trump.
(*) Profesor titular C con 44 años de antigüedad en FES Acatlán, UNAM. Profesor con 39 años de antigüedad en UAM-Azcapotzalco. Miembro de ANPERT (Asociación Nacional de Periodistas de Radio y Televisión) y de CONAPE (Compañeros Internacionales Periodistas y Editores).
