AMLO sabe que desde Cárdenas, los nuevos presidentes, ya posesionados y empoderados, rompen con el antecesor, pese a que él los puso. Por eso quiere tener las formas de control y las ataduras sobre quien lo suceda. Lo que pretende es entregar las funciones presidenciales formales, pero conservar el poder.

Por Mario Rosales Betancourt
Imagen ilustrativa: Reporte Índigo
Los viejos, que vivimos las épocas del nada democrático PRIATO, sabíamos que una de las atribuciones metacontitucionales del presidente en turno era la de nombrar a su sucesor. La elección constitucional en sí, era una formalidad, una farsa, porque todos sabíamos que quien iba a ganar era el candidato del PRI.
Lo importante era saber, lo antes posible, quién sería ese candidato, llamado el tapado, cuya identidad se daba a conocer después del quinto informe de gobierno, en lo que se llamaba el destape. La mecánica era siempre la misma: primero se daba el pronunciamiento de un sector del PRI, generalmente el obrero, en la voz de don Fidel Velázquez, y, luego, se formalizaba en una Asamblea, llena de porras al candidato.
Desde antes que se destapara la corcholata de entonces, los políticos, los interesados en un puesto público o en hacer negocios con el gobierno, jugaban a atinarle a quién sería ese tapado y trataban de acercarse lo antes posible a él para hacerle favores, apoyarlo, etcétera, en lo que era y se llamaba la cargada.
Muchas veces, los más se equivocaron. Por ejemplo, al final del gobierno de Luis Echeverria, la cargada fue por Mario Moya Palencia, pero el destapado fue el más antipopular, por ser el de los impuestos: José López Portillo; sin embargo, tras el dedazo y destape, la cargada cambió a favor de López Portillo.
Ahora vemos que ya están las corcholatas muy activas, aunque que en lugar del folclórico destape de antaño, este se hará formalmente por una encuesta, en la cual (como dijo Manuel Bartlett, citado por Jorge Carpizo en su obra clásica sobre el presidencialismo en México) el presidente será el fiel de la balanza.
Actualmente, ya existe una cargada, con el lema: «Es Claudia», que más que por méritos de ella, es porque muchos creen que como es la corcholata favorita de AMLO, será la futura presidente de México, y por ello, en lo que también se llamaba bufaliza, crece en apoyo.
La primera falla de nuestra democracia es que no hay democracia interna en los partidos, ya que los candidatos son designados y no electos; por ello, solo en la práctica podemos votar por los que nos imponen los partidos. Es una partidocracia.
Pero el presidente no solo decidirá quién será su sucesora o sucesor, sino también, como antes, quiénes serán los candidatos al Congreso. Así, la promoción del presidente en favor de que se vote por Morena (no solo para la presidencia, sino por los candidatos a legisladores para que aprueben la reforma constitucional militarista que presentará a la futura legislatura) implica que el presidente, tendrá mucho interés en la selección de los candidatos de Morena y partidos afines, para que le sean incondicionales. Con esto, se regresará a otra práctica del pasado priista: el palomeo, pues el presidente López Obrador personalmente aprobará a quienes serán candidatos a diputados y senadores. Esto le dará otro control más sobre su sucesora o, acaso, sucesor.
Sabe que reelegirse no es posible sin romper todo nuestro orden constitucional; y que para el presidente López Obrador sería más cómodo dejar sus funciones, pero manteniendo su poder. Se regresaría, entonces, a una antigua práctica callista, llamada el maximato.
Sabe que desde Cárdenas, los nuevos presidentes, ya posesionados y empoderados, rompen con el antecesor, pese a que él los puso. Por eso quiere tener las formas de control y las ataduras sobre quien lo suceda. Lo que pretende es entregar las funciones presidenciales formales, pero conservar el poder.
Para ello, cuenta primero con el gran apoyo que ha forjado y comprado de las fuerzas armadas, en particular de la Secretaria de la Defensa Nacional, a la cual le ha dado mayores funciones, recursos y privilegios. Segundo, la gran popularidad y simpatía personal que tiene, la cual (de ser necesario) podría utilizar en una revocación de mandato si su sucesor o sucesora quisiera salirse de su control. Tercero, tendrá el poder real del partido, de los legisladores, gobernadores, y demás mandatarios y funcionarios, que haya designado. Cuarto, mantendría el apoyo de los empresarios afines y de sus contactos internacionales.
En la época del maximato callista, se veía al Castillo de Chapultepec y se decía: «Aquí vive el presidente; el que manda vive enfrente». Todo apunta a que en un futuro próximo, se vea Palacio Nacional y se diga: «Aquí vive el o la presidente; el que manda, en La Chingada».
