La creación de un “Comité de Amistad” con el régimen Ortega-Murillo revela una degradación más profunda que la diplomática: la pérdida del sentido político mismo

Por Oscar Méndez Oceguera
Imagen ilustrativa: Cámara de Diputados
El Congreso mexicano celebró la instalación de un Comité de Amistad con Nicaragua, impulsado por el petista Pedro Vázquez y el priista Rubén Moreira, en presencia del embajador Juan Carlos Gutiérrez.
A simple vista, el acto parece una formalidad cortesana; pero visto desde el fondo, constituye un error de juicio político.
Mientras se multiplicaban las sonrisas parlamentarias, miles de nicaragüenses permanecen desterrados o encarcelados por el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo, acusado de eliminar partidos, confiscar templos, disolver universidades, y suprimir toda prensa independiente.
Un país donde la ley sirve al poder y no el poder a la ley no es un Estado soberano: es una maquinaria de coerción.
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La soberanía sin justicia
Los promotores del Comité apelaron al principio de “respeto a la soberanía”.
Pero cuando la soberanía se invoca para justificar la opresión, deja de ser principio y se vuelve coartada.
El respeto al otro Estado no puede fundarse en la indiferencia ante el mal uso del poder.
Llamar “amistad” a la relación con un régimen que persigue a su propio pueblo es una forma diplomática de negar la política misma.
La soberanía, entendida correctamente, implica el deber de ordenar la autoridad al bien común.
Sin ese orden, la independencia degenera en aislamiento, y la neutralidad, en complicidad.
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El Estado sin criterio
La contradicción mexicana no consiste solo en el gesto de un grupo parlamentario, sino en una desorientación general del Estado.
México se proclama defensor de la democracia y firmante de tratados internacionales, pero aplaude a gobiernos que los violan.
No hay cálculo estratégico que justifique esa incoherencia: el país se despoja, poco a poco, de su autoridad moral en el hemisferio.
La incongruencia no es un matiz: es la raíz de la pérdida de credibilidad.
Un Estado que no distingue entre el poder legítimo y el dominio arbitrario acaba siendo incapaz de defender su propio orden interno.
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El espectáculo del poder
El episodio revela una tendencia más amplia: la política se ha vuelto espectáculo.
El aplauso sustituye al juicio, la imagen al criterio, y la cortesía al principio.
Así se diluye la sustancia del gobierno y se confunde la prudencia con el oportunismo.
Cuando un Parlamento celebra la supresión de la libertad en otro país, no solo elogia un régimen: ratifica su propia renuncia a pensar políticamente.
La indiferencia ante la injusticia no es prudencia diplomática: es ceguera deliberada.
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Conclusión: restaurar la política
No se trata de intervenir ni de moralizar, sino de restaurar el sentido político de la verdad.
La política exterior no es un concurso de simpatías ideológicas, sino un ejercicio de inteligencia moral del poder.
México no necesita “amistad” con Nicaragua; necesita coherencia consigo mismo.
Porque un país que aplaude la injusticia ajena termina justificando la propia.
Y cuando el poder se disocia de la verdad, ya no gobierna: solo se perpetúa.
