Pemex ante su espejo

El gigante productivo y el gigante devorativo

Por Oscar Méndez Oceguera

Imagen ilustrativa: Especial

En el corazón económico de México late una criatura monumental.

Nació del subsuelo, alimentó a un país y forjó una identidad nacional.

Pero, a sus casi noventa años, Petróleos Mexicanos enfrenta un dilema profundo: una parte de su cuerpo aún produce riqueza y esperanza; la otra consume recursos, confianza y soberanía.

En esta tensión vital se juega no solo el futuro de la empresa, sino también el del Estado que la sostiene.

I. EL GIGANTE QUE APRENDIÓ A RESPIRAR PETRÓLEO

Pemex fue, durante décadas, el sinónimo de independencia.

De su fuerza dependieron los programas sociales, las obras públicas, la credibilidad fiscal.

Fue una religión industrial que convirtió el subsuelo en símbolo patrio.

Pero esa grandeza se volvió también su condena.

El gigante creció más rápido de lo que su cuerpo podía sostener.

Sus venas —ductos, refinerías, subsidiarias— comenzaron a exigir más de lo que ofrecían.

El petróleo seguía fluyendo, pero la sangre financiera se espesó.

Hoy, la deuda ronda los 100 mil millones de dólares, y a ello se suman más de 20 mil millones en pagos pendientes a contratistas y proveedores.

Cada año, el Tesoro nacional destina miles de millones para mantenerlo de pie, no para hacerlo avanzar.

Pemex respira, sí, pero con oxígeno prestado.

II. DOS ALMAS EN UN SOLO CUERPO

Los especialistas lo describen como una paradoja: dentro de Pemex coexisten dos almas.

Una genera valor; la otra lo disipa.

Una crea futuro; la otra conserva inercias del pasado.

El Pemex productivo concentra la inteligencia técnica del país: ingenieros, geocientíficos, especialistas en exploración y producción.

Ahí donde hay planeación, contratos por desempeño y disciplina operativa, la empresa sigue viva.

El Pemex devorativo, en cambio, arrastra las estructuras que ningún gobierno se ha atrevido a reformar.

Refinerías envejecidas, burocracias duplicadas, pasivos ambientales, deudas históricas y compromisos laborales que pesan sobre generaciones enteras.

Esa parte no produce energía: consume la del resto.

III. EL PULSO DEL PRODUCTIVO: LA TÉCNICA QUE AÚN LATE

En el subsuelo mexicano todavía arden focos de esperanza.

Campos como Ixachi, Quesqui o Zama representan la vitalidad residual del coloso.

Allí, la cooperación entre capital privado y estatal ha dado lugar a un modelo distinto: proyectos con cronograma, costos auditados y pagos sujetos a resultados.

El acuerdo de Ixachi, por ejemplo, entre Pemex y el grupo Carso, prevé la perforación de 32 pozos con pagos escalonados a partir de la producción verificada.

No hay subsidio, sino flujo condicionado: el riesgo se comparte, la rentabilidad se mide.

Esa es la parte sana del gigante: la que transforma conocimiento en productividad y petróleo en capital.

Una estructura que podría sostener por sí misma a una empresa moderna, si se liberara del peso de la otra mitad.

IV. EL COSTO DEL DEVORATIVO: CUANDO EL PETRÓLEO DEJA DE SER NEGOCIO

El otro rostro del espejo es menos épico.

Las seis refinerías del país trabajan por debajo del 60 % de su capacidad.

Cada parada técnica implica pérdidas millonarias; cada fuga o accidente, más endeudamiento y menos confianza.

El combustible producido localmente cuesta más de lo que se pagaría por importarlo.

En paralelo, los pasivos laborales y ambientales continúan creciendo.

Los rescates fiscales, presentados como “apoyos”, se repiten año tras año.

No son inversiones, sino transfusiones de supervivencia.

El presupuesto público financia una maquinaria que ya no genera rentabilidad neta.

Esa es la parte del gigante que se devora a sí misma.

Y mientras exista sin reforma, comprometerá los recursos de todo el Reino.

V. LA ESTRUCTURA DE SU ENFERMEDAD

El problema no es solo financiero: es estructural.

La empresa es una constelación de organismos que operan con objetivos distintos, reportes fragmentados y líneas jerárquicas que se cruzan.

Los incentivos técnicos compiten con los políticos.

Las decisiones de inversión no siempre responden a criterios de rentabilidad, sino de oportunidad o discurso.

La contabilidad consolidada oculta la magnitud de las pérdidas.

No hay separación clara entre la parte rentable y la deficitaria.

Todo se mezcla bajo un mismo balance, lo que impide reconocer dónde la sangre fluye y dónde se coagula.

Así, la empresa más grande de México se ha vuelto también su laberinto más costoso.

VI. EL DILEMA DEL ESTADO

El Estado se encuentra ante una disyuntiva que no admite eufemismos: ¿seguir alimentando al gigante con recursos públicos, o realizar la cirugía que lo salve?

Separar los órganos vitales de los enfermos no sería una privatización, sino una medida de supervivencia.

Serían necesarias dos estructuras distintas:

            •         Pemex Productivo, con autonomía técnica, gobierno corporativo, financiamiento por proyecto y rendición pública de resultados.

            •         Pemex Devorativo, transformado en un fideicomiso de liquidación, con pasivos y refinerías deficitarias bajo administración temporal y tope presupuestal.

La política del futuro no se medirá por cuántos barriles se produzcan, sino por cuántos no se pierdan en el camino.

VII. EL ESTADISTA Y EL BISTURÍ

Un estadista con visión no buscaría la gloria de la expropiación, sino la sabiduría de la cirugía.

Sabría que un mito no se preserva con fe, sino con eficacia.

Tendría el valor de decir que la soberanía energética no consiste en poseerlo todo, sino en hacer rentable lo que se posee.

El bisturí no es traición: es gestión.

Cortar no es destruir, es evitar que el cáncer avance.

Pero cada año sin decisión, el fuego de la deuda sube por las arterias del gigante.

VIII. EL INTERROGANTE FINAL

Pemex aún respira.

Su pulso técnico sigue vivo, su herencia es incuestionable, su nombre aún inspira respeto.

Pero el tiempo se agota.

El país debe decidir si enfrentará su enfermedad con bisturí o con silencio.

Si separará las partes antes de que se pudran juntas, o si dejará que el mito se derrumbe bajo el peso de su propia historia.

El gigante no ha muerto.

Pero cada respiración cuesta más que la anterior.

Y la pregunta ya no es si puede salvarse, sino si habrá alguien con el coraje de hacerlo.

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