Cada año, la economía mexicana pierde el equivalente al 1.8 % de su PIB por ineficiencias logísticas, energéticas y hídricas, según estimaciones combinadas de la OCDE y la CEPAL

Por Oscar Méndez Oceguera
Imagen ilustrativa: Yo Influyo
PRÓLOGO – ¿PUEDE UN PAÍS CRECER SIN CIMIENTOS?
México vive el instante de su mayor promesa. El mundo mira al sur de los Estados Unidos como al nuevo epicentro industrial del continente. Los flujos de capital aumentan, los parques industriales brotan en la llanura del Bajío, los discursos anuncian una era dorada. Pero bajo esa euforia late una pregunta que ni la diplomacia ni la propaganda pueden silenciar: ¿podemos crecer sin haber construido aún el piso que soporte nuestro propio peso?
Cada año, la economía mexicana pierde el equivalente al 1.8 % de su PIB por ineficiencias logísticas, energéticas y hídricas, según estimaciones combinadas de la OCDE y la CEPAL. Miles de millones se evaporan entre apagones, fugas y carreteras obstruidas. No son pérdidas invisibles: son fábricas que postergan inversiones, familias que pagan más por la electricidad y empresas que miden su competitividad en horas perdidas.
¿No deberíamos, antes que hablar de nearshoring, hablar de infraestructura inteligente, esa que piensa, mide y se adapta?
La llamada Infraestructura 4.0 —interconectada, resiliente y transparente— no es lujo de país rico: es la condición mínima para no quedar fuera de la historia.
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I. ¿CÓMO ILUMINAR UN FUTURO CON REDES DEL PASADO?
La electricidad mexicana se sostiene con cables tensos. Cada ola de calor revela lo que el optimismo oculta: la generación crece, pero la transmisión no. En algunos corredores industriales, el factor de carga supera el ochenta por ciento; el tiempo promedio de interconexión a la red es de dos años.
Esa lentitud condena a miles de plantas a operar con generadores de diésel y combustóleo, encareciendo sus costos hasta en treinta por ciento y aumentando la huella de carbono industrial.
¿Podría un país moderno depender de energía sucia por culpa de su propia burocracia? ¿Por qué no mover la electricidad del sur solar al norte manufacturero mediante Corriente Directa de Alto Voltaje, la tecnología que ya une a Asia y Europa?
México necesita crear Microgrids de Resiliencia Industrial, anillos eléctricos que combinen energía solar, eólica y Sistemas de Almacenamiento con Baterías. Estas redes locales permitirían sostener la producción incluso en emergencias, reduciendo el estrés sobre la red nacional.
¿Y si la planificación eléctrica se pensara como política continental?
Una Política de Estado Trinacional T-MEC permitiría compartir gas natural, interconexiones y tecnología, garantizando energía firme al bloque. La soberanía, en este siglo, no consiste en aislarse, sino en dominar la red que une.
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II. ¿SERÁ LA SED EL NUEVO LÍMITE DEL DESARROLLO?
El agua dejó de ser un recurso: es la nueva frontera moral del desarrollo.
México bombea más de lo que la tierra puede devolver; setenta por ciento de sus acuíferos están sobreexplotados.
Las ciudades y los campos compiten por la misma gota, y la industria tecnológica comienza a disputarla también.
¿Podrá el país digitalizar su economía mientras desertifica sus cuencas?
¿Hasta cuándo aceptaremos la sequía como accidente y no como consecuencia?
La respuesta exige una revolución institucional.
Debemos fundar una Autoridad Nacional de Agua Circular (ANAC), dotada de autonomía técnica y poder tarifario, capaz de regular, sancionar y planificar sin interferencia política.
La ANAC consolidaría la transición del simple reúso a la verdadera circularidad hídrica, donde cada litro tiene destino, trazabilidad y retorno.
Toda industria ubicada en zona de estrés hídrico debería operar con tecnología de tratamiento cuaternario —ósmosis inversa, nanofiltración y cero descarga—.
El país que lo logre no solo garantizará abasto: exportará confianza.
¿Y cómo financiarlo?
Creando el Fideicomiso de Resiliencia Hídrica (FIRH), fondeado con Bonos GSS (verdes, sociales y de sostenibilidad) cuyo valor se amortice con cada metro cúbico saneado.
El dinero dejaría de ser gasto para convertirse en métrica de regeneración.
Si Israel convirtió el desierto en una fuente y Singapur su vulnerabilidad en fortaleza, ¿por qué México habría de resignarse a la escasez?
Quizá porque aún no entendemos que administrar el agua no es una tarea ambiental, sino un deber civilizatorio.
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III. ¿QUÉ VALOR TIENE LA CERCANÍA SI NO SABEMOS LLEGAR?
En los muelles del Pacífico el tiempo se oxida.
Manzanillo y Lázaro Cárdenas, saturados, acumulan contenedores que esperan días, a veces semanas.
Cada demora añade 1 500 USD por contenedor frente a los puertos estadounidenses.
El país que presume cercanía con el mayor mercado del mundo paga, paradójicamente, la distancia de su lentitud.
¿De qué sirve la geografía si la burocracia la anula?
¿De qué sirve la proximidad si la ineficiencia nos mantiene lejos?
La modernización logística requiere más que pavimento: necesita inteligencia.
Un SLA Aduanal Digitalizado y Blindado, basado en blockchain y automatización robótica, podría garantizar la liberación de carga en menos de veinticuatro horas.
La inteligencia artificial predeciría flujos, equilibraría la doble estiba ferroviaria y reduciría la huella de carbono logística.
La solución no está en el mar, sino en la tierra.
Los Puertos Secos Inteligentes del Bajío y del Centro pueden trasladar el despacho aduanal lejos de la costa, replicando la experiencia de Turquía e India.
Descongestionar el Pacífico es tan vital como generar energía o recuperar agua.
Porque la economía global no premia al país que fabrica, sino al que entrega.
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IV. ¿CUÁNTOS MÉXICOS CABEN EN UN SOLO MAPA?
México no es uno, son muchos.
Hay un norte que produce acero y bombea agua, un Bajío que ensambla y exporta, un occidente que navega en sus puertos, un Golfo que duerme sobre su energía, un sureste que sueña su industrialización y una frontera digital que apenas respira fibra óptica.
¿Podrá existir una estrategia que los reúna sin aplastarlos?
Solo un Mapa de Riesgo y Oportunidad Geo-estructural podrá ordenar ese mosaico, cruzando la capacidad real de infraestructura con la demanda proyectada del nearshoring y el grado de gobernanza local.
El Sureste debe pensarse ex novo: una Zona Económica Especial de Ultra-Eficiencia, alimentada por hidrógeno verde y abastecida por un sistema de agua cien por ciento circular.
La Frontera Digital requerirá otra cláusula moral: ningún data center será considerado infraestructura crítica sin operar con energía cien por ciento renovable y cero descarga hídrica.
¿Podrá un país tan desigual encontrar su simetría en la planeación?
Tal vez sí, si la política vuelve a ser cartografía.
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V. ¿QUÉ HAN HECHO OTROS QUE AÚN NO HACEMOS?
El espejo internacional no humilla: enseña.
India integró renovables y simplificó permisos en tiempo récord.
Polonia alineó sus fondos europeos a un plan maestro productivo.
Israel despolitizó su agua y la convirtió en ciencia de Estado.
Corea del Sur blindó su logística por veinte años, entendiendo que el transporte no es sector, sino sistema circulatorio de la economía.
¿Qué nos impide aplicar esas lecciones?
¿El miedo a planear más allá de un sexenio?
¿La costumbre de confundir gasto con inversión?
El principio es universal: ningún país sostiene su independencia sin cimientos materiales.
Y ninguna obra pública merece ese nombre si no sobrevive a la administración que la inicia.
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VI. ¿PODEMOS CONSTRUIR UNA INFRAESTRUCTURA CONSCIENTE?
El futuro exige un plan integral y blindado.
Tres metas bastarían para medir nuestra seriedad:
- reducir el tiempo de interconexión eléctrica a seis meses
- elevar el reúso de agua al ochenta por ciento
- y lograr despacho aduanal en menos de veinticuatro horas.
¿Podremos crearlo y sostenerlo más allá de los discursos?
El instrumento existe en potencia: el Fondo de Infraestructura Estratégica para la Competitividad (FIEC), alimentado por la banca de desarrollo, la iniciativa privada y un porcentaje del arancel industrial del T-MEC.
Blindado por ley, el FIEC garantizaría continuidad y no improvisación.
La vigilancia recaería en la Plataforma Nacional de Transparencia Infraestructural (PNATI), donde cada obra, costo y avance sea público, auditable y rastreable en tiempo real.
Así, la confianza se mediría en datos y no en promesas.
El objetivo último es geopolítico: convertir a México en el socio energético y logístico más competitivo del bloque T-MEC, el país que asegure al continente su autonomía industrial.
¿Seremos capaces de ocupar ese lugar o seguiremos alquilando nuestro destino?
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EPÍLOGO – ¿Y SI CONSTRUIR FUERA EL ACTO MÁS MORAL DE UN ESTADO?
Hay épocas en que los países se definen no por lo que dicen, sino por lo que son capaces de levantar.
La infraestructura es la gramática del progreso: ordena el territorio como la lengua ordena el pensamiento.
México tiene frente a sí una elección silenciosa.
O convierte la oportunidad en estructura, o dejará que la historia vuelva a pasar sobre cimientos agrietados.
¿Podremos esta vez transformar la geografía en destino, la cercanía en potencia, el desorden en arquitectura?
Construir no es solo hacer caminos: es hacer conciencia.
Quizá el porvenir de la nación dependa de una sola decisión colectiva, tan sencilla como profunda: reaprender el arte de edificar, porque en ese acto reside la dignidad del ser nacional.
¿Estamos listos, al fin, para levantar el país que decimos ser?
