La inteligencia artificial no sabe qué es el bien

La dignidad humana —ese límite que ninguna mayoría podía traspasar— aparece ahora como dato atípico

Por Oscar Méndez Oceguera

Imagen ilustrativa: Especial, vía Milenio

La inteligencia artificial no solo intenta decidir por nosotros: intenta aprender de nosotros lo que es el bien. Comete, sin embargo, un error decisivo: confunde lo repetido con lo verdadero y lo deseado con lo bueno. Sus sistemas cuentan lo que hacemos, miden lo que aprobamos y predicen lo que aceptaremos. Después devuelven esa tendencia como si fuera un reflejo fiel de la realidad. La moda pasa a ser norma; la costumbre mayoritaria se proclama virtud.

Así nace una ética del consenso: una moral automatizada en la que lo verdadero vale menos que lo viral y lo justo menos que lo que no incomoda. La dignidad humana —ese límite que ninguna mayoría podía traspasar— aparece ahora como dato atípico. La conciencia recta se vuelve anomalía peligrosa. Lo excepcional —la valentía, el sacrificio, la defensa del inocente contra todos— se etiqueta como error.

I. Primera cara del fenómeno: lo que la técnica no puede ver

Ningún algoritmo puede conocer el bien, porque el bien se funda en la verdad de lo que somos, no en la repetición de lo que hacemos. La estadística mide la frecuencia: cuántos actúan así. La moral mide la dignidad: lo que merece cada persona por ser llamada a un destino que la supera. Esa distancia es imposible de salvar mediante cálculo.

Para entenderlo mejor:

Una IA se basa en patrones. Si millones prefieren algo, lo estima “correcto”; si pocos lo defienden, lo considera “irrelevante” o “problemático”. Pero el bien no se define contando votos. Si así fuera, la verdad habría muerto cada vez que fue minoría.

Este fenómeno tiene nombre en ciencia de datos: bucle de realimentación.
Significa que el sistema aprende de nuestra conducta, ¡pero luego moldea nuestra conducta!
Al final, ya no refleja la realidad: la fabrica.

II. Segunda cara: cómo el algoritmo altera al hombre

Cuando la máquina devuelve una versión amplificada de la mayoría, el usuario se adapta para no quedar fuera. Esto provoca dos daños simultáneos:

  1. La singularidad del criterio humano se erosiona. El pensamiento personal —lento, honesto— cede ante el clima emocional de la red.
  2. La cultura se aplana. Solo sobrevive lo que no exige reflexión, ni esfuerzo, ni sacrificio.

En plataformas de recomendación, esto se ha observado así: lo más visto se vuelve más visible, lo profundo desaparece de escena.

La “larga cola” de lo excepcional —ideas verdaderas aunque incomprendidas aún—
se borra del mapa.

¿Y si lo que hoy es impopular fuera lo que mañana podría salvarnos?

III. La corrupción del juicio práctico

El juicio práctico es esa facultad que une razón y acción: la inteligencia ve la verdad, y la voluntad la elige. Cuando se corrompe, sucede lo contrario: actuamos no según la verdad, sino según el deseo de aprobación.

Esto explica un síntoma claro de nuestra época: ya no nos preguntamos qué es lo correcto,
sino qué evitará que me rechacen.

La ética deja de proteger al inocente para proteger la aceptación. Así empieza el derrumbe: la moral se vuelve servil.

Preguntas inmediatas:

  • ¿cuántas decisiones tomamos pensando en la verdad y cuántas pensando en “no meternos en problemas”?
  • ¿qué se degrada en una sociedad donde la aprobación vale más que la convicción?

IV. Señales empíricas de la degradación ética

Podemos medir este deterioro con indicadores concretos, aplicables desde ya:

— Índice de Deriva Ética (IDE): Diferencia entre principios declarados y actos cuando la aprobación cambia.
→ ¿Cuánto tarda una convicción en volver postura negociable?

— Coeficiente de Presión de Consenso (CPC): Elasticidad de nuestras creencias frente al aplauso o rechazo inmediato.
→ ¿Cuántas almas se venden por un puñado de likes?

— Semivida del Criterio (SC): Duración de una convicción antes de que la moda la vuelva “incorrecta”.
→ ¿Cuánto duran hoy nuestras certezas morales? ¿Horas? ¿Minutos?

Estos instrumentos no moralizan: exponen la fragilidad del carácter.

V. Consecuencias: lo que la estadística está matando

Justicia:
Si el cálculo de riesgo sustituye a la prueba, un inocente será culpable
solo porque “se parece a los que” sí lo son.
→ ¿La verdad del caso importará menos que el patrón?

Gobernanza:
Gobernar se vuelve gestionar humores: dashboards en lugar de prudencia.
→ ¿Quién defenderá una decisión correcta si la mayoría se enfurece?

Ciencia:
Lo verdadero incómodo pierde financiamiento: no provoca clics.
→ ¿Qué conocimiento sobrevivirá si solo vale lo inmediato?

Medicina:
La vida frágil estorba las métricas de eficiencia.
→ ¿Podrá un algoritmo defender la dignidad del que ya no produce?

Educación:
Lo arduo se percibe como opresión.
→ ¿Podrá formarse una mente grande con estándares tan pequeños?

Cultura:
La verdad se rinde ante el miedo a incomodar.
→ ¿Qué quedará del arte si la belleza debe pedir permiso?

VI. Lo que está en juego

Hay un efecto profundo: cuando la tecnología imita demasiado bien al hombre,
el hombre se queda atrapado en su propia sombra.

El sistema aprende nuestros errores, nos los devuelve perfeccionados,
y los impone como criterio dominante.
Lo que apunta a algo más alto es limado.
Lo raro —lo ascendente— se extingue.
La libertad interior se degrada en estadística.

Pero la condición humana no se mide en promedios: no nos hicimos a nosotros mismos,
ni nuestro destino se decide por votación.

La dignidad no es una variable del modelo: es el fundamento que el modelo debe respetar.

VII. Preguntas finales que no admiten delegación

¿Queremos que el futuro esté decidido por lo que hoy resulta fácil?
¿Permitiremos que un algoritmo vigile más a quien necesita más comprensión?
¿Vendrá un día en que el sistema declare que la misericordia “es ineficiente”?
¿Quién sabrá defender lo verdadero cuando ya no sea tendencia?
¿Quién recordará al inocente si el perfil estadístico lo condena?
¿Quién sostendrá la libertad cuando la norma sea obedecer al consenso?

Y, finalmente:

¿Seremos capaces de seguir llamando bien a lo que perfecciona al hombre, aunque nadie lo apruebe?

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