De la «BritCard» a la realidad mexicana

Por Oscar Méndez Oceguera
Imagen ilustrativa: Zoombangla
I. El epicentro británico: la arquitectura invisible del control
El Reino Unido, que en 1952 celebró la abolición de las tarjetas de identidad como símbolo tangible de la libertad civil, ha decidido ahora volver sobre sus pasos. Setenta años después de que Churchill afirmara que el Estado no debía “acosar al ciudadano para que demuestre quién es”, el gobierno laborista de Keir Starmer anuncia un proyecto que pretende precisamente eso: una identificación digital obligatoria, requisito indispensable para poder trabajar, tributar y, más tarde, simplemente vivir dentro del sistema.
El proyecto no consiste en una tarjeta física, sino en la evolución del sistema GOV.UK One Login, que pasará de ser una herramienta de conveniencia a convertirse en la llave maestra de la vida civil británica. Bajo el discurso de la eficiencia se prepara una transformación antropológica: el hombre libre, que antes se presumía ciudadano, deberá ahora demostrar digitalmente su derecho a existir en la esfera pública.
El gobierno invoca dos motivos:
1. Control migratorio, para impedir el acceso al trabajo a quienes carezcan de estatus legal.
2. Eficiencia burocrática, para unificar los registros fiscales, médicos y administrativos.
Pero la sociedad británica ha intuido el fondo del problema. No se teme a la tecnología, sino a su teleología: al modo en que un instrumento pensado para servir al hombre termina sirviéndose de él.
“Labour are at risk of creating a digital surveillance infrastructure that will change everyone’s daily lives and establish a pre-crime state where we constantly have to prove who we are as we go about our daily lives”.
— Jim Killock, Open Rights Group, 2025.
“El Partido Laborista corre el riesgo de crear una infraestructura de vigilancia digital que transformará la vida cotidiana de todos y establecerá un Estado de pre-delito, en el que tendremos que demostrar constantemente quiénes somos”.
En el lenguaje de castellano, esto equivale a la inversión del principio político natural: el ciudadano deja de ser sujeto de derechos para convertirse en objeto de administración.
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Voces que advierten
Big Brother Watch ha sido la organización más lúcida en esta denuncia.
“Mandatory digital ID would fundamentally change the relationship between the population and the state … There is no guarantee that a future government would not make digital ID a requirement to access a range of public and private services”.
— Big Brother Watch, 2025.
“La identificación digital obligatoria alteraría de manera fundamental la relación entre la población y el Estado … No hay garantía de que un gobierno futuro no la convierta en requisito para acceder a toda clase de servicios”.
Silkie Carlo, su directora, añadió una advertencia que recuerda el principio de precaución moral:
“The Prime Minister’s promises about a limited digital ID will not wash. The only way to safeguard the public’s privacy and right to choose is to reject plans for a mandatory digital ID”.
— Silkie Carlo, Big Brother Watch, 2025.
“Las promesas del Primer Ministro acerca de una identidad digital limitada no son creíbles. La única forma de salvaguardar la privacidad del público y su derecho a elegir es rechazar estos planes”.
La crítica converge en un punto: la técnica, cuando sustituye al juicio moral, no es progreso, sino dominio.
“A mandatory digital ID is not a magic solution … It is inconsistent with the values that underpin a free society”.
— Big Brother Watch, Campaña “No2DigitalID”, 2025.
“Una identificación digital obligatoria no es una solución mágica. Es incompatible con los valores que sustentan una sociedad libre”.
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II: El espejo mexicano: entre la fragilidad y la costumbre
México contempla el fenómeno desde una posición más frágil. Mientras el Reino Unido teme los abusos futuros, México ya los ha padecido sin siquiera contar con un sistema formal.
El Padrón Electoral es la memoria viva de esa vulnerabilidad:
– En 2003, el IFE vendió ilegalmente la base de datos a ChoicePoint.
– En 2013, copias se ofrecían en Tepito.
– En 2016, la lista completa —noventa millones de registros con nombres, direcciones y CURP— apareció expuesta en Amazon Web Services.
Estos hechos no son episodios aislados, sino signos de una estructura moralmente enferma: un Estado que exige confianza sin ser digno de ella.
Organizaciones como R3D lo han dicho con claridad: ningún proyecto de identidad digital puede prosperar mientras la autoridad no garantice la custodia de los datos más elementales.
Entretanto, se avanza silenciosamente:
1. La CURP con foto y biometría, el verdadero caballo de Troya.
2. La Llave CDMX, que normaliza el acceso unificado a todos los servicios.
El riesgo es triple:
– Económico, por el fraude y robo de identidad.
– Social, por la creación de una subclase de excluidos digitales.
– Político, por la posibilidad real de un control faccioso de los ciudadanos.
México no necesita una infraestructura de vigilancia: ya la tiene dispersa y desprotegida.
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III. El paradigma global: la identidad como frontera del ser
El debate no se limita a la gestión pública; toca el corazón mismo de la antropología política. La identidad digital obligatoria redefine lo que significa ser ciudadano. No es ya pertenecer a una comunidad de derecho natural, sino validarse ante una máquina.
Los modelos extranjeros muestran los extremos:
– En India, el sistema Aadhaar ha permitido acceso a servicios, pero también ha negado alimentos y atención médica a quienes fallan en su autenticación.
“I have heard of others – sex workers and transgender people – who have been denied … because they did not have Aadhaar or because they did not want to give (their data) because they are scared of being outed and linked to other databases”.
— Reuters, India’s Digital ID Sparks Debate, 2017.
“He escuchado de otras personas —trabajadoras sexuales y personas transgénero— que fueron rechazadas porque no tenían Aadhaar o porque se negaron a entregar sus datos por miedo a ser expuestas y vinculadas con otras bases de datos”.
– En Estonia, el modelo ha funcionado porque descansa en una sociedad de confianza y límites morales previos; un ecosistema imposible de trasplantar sin sus fundamentos éticos.
Desde la óptica jurídica, esta tendencia invierte la carga de la libertad: ya no somos libres hasta ser culpables, sino culpables hasta ser verificados. Desde la sociología, produce una clasificación social algorítmica. Y desde la psicología, induce autocensura: el hombre observado deja de ser hombre, para convertirse en dato.
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IV. Epílogo: la llave y la cerradura
“Una identificación digital no es para identificarte —dice una advertencia reciente—, es para rastrearte”. En esa frase late la verdad más grave de nuestro tiempo: el riesgo de que la eficiencia reemplace a la libertad.
El Reino Unido, cuna del liberalismo político, abre el camino del control administrativo; México, el de la negligencia que entrega su libertad por descuido. Ambos convergen en el mismo error: confundir la seguridad con el dominio, la comodidad con la libertad.
La identidad digital puede servir al orden, sí, pero cuando se absolutiza se convierte en instrumento de sometimiento. La técnica, sin una moral que la oriente, devora su finalidad natural.
Y aquí surgen las preguntas decisivas, aquellas que todo pueblo libre debería hacerse antes de aceptar una llave que no sabe quién guardará:
- ¿Puede una red digital universal garantizar la libertad o solo administrarla?
- ¿No estamos acaso ante el nacimiento de un mecanismo de calificación social, donde cada acto será puntuado según su docilidad?
- ¿Quién determinará qué conducta es “confiable” y cuál “sospechosa”?
- ¿Podrá México resistir la tentación de usar esos datos como arma política?
- ¿Y cuánto falta para que la ciudadanía, reducida a una cifra biométrica, confunda la vigilancia con el bien común y la obediencia con la virtud?
De la respuesta a estas preguntas depende algo más que la arquitectura de los datos: depende el destino moral de la libertad humana en la era digital.
