La verdad como inteligencia soberana y la insuficiencia de la duda

Epistemología de la resistencia frente al Leviatán tecnocrático

Por Oscar Méndez Oceguera

Imagen ilustrativa: Especial

En el corazón de la modernidad tardía late una paradoja que casi nadie se atreve a mirar de frente: mientras la tecnocracia global avanza hacia la estandarización absoluta de la vida humana, sus voceros —de los auditorios de Davos a las rectorías universitarias— repiten como letanía la necesidad de “fomentar el pensamiento crítico”. Resulta, cuando menos, sospechoso que el poder hegemónico, cuya lógica natural es homogeneizar y controlar, promueva con tanto fervor la herramienta que supuestamente habría de cuestionarlo.

Bajo este clima litúrgico, el mundo académico, corporativo y político ha entronizado un ídolo al que todos deben inclinarse: el llamado pensamiento crítico. Se presenta como la cima de la madurez intelectual, la vacuna contra la manipulación y la llave de la libertad.

Es un espejismo.

Tal como se enseña hoy, el pensamiento crítico no perfecciona la razón: la mutila. No se le propone al estudiante como camino hacia la verdad, sino como técnica para no asentir nunca a nada de forma estable. Es una metodología destinada a institucionalizar la duda, desfondar las certezas y legitimar el relativismo bajo apariencia de rigor.

Frente a este escenario, se impone una tarea: restaurar la Inteligencia Soberana, es decir, la inteligencia reconciliada con el ser y sometida a la verdad, como única forma de resistencia frente al Leviatán tecnocrático.

I. ARQUEOLOGÍA DE UN FRACASO:

DEL IMPULSO EMANCIPADOR A LA IMPOTENCIA

Conviene hacer una breve arqueología del concepto. El pensamiento crítico no nació, en su origen, como caricatura; es el resultado de una historia compleja.

En su fase ilustrada, con el célebre Sapere aude, la crítica quiso erigirse en tribunal de la razón frente al dogmatismo ciego. Era un llamado a abandonar la pereza intelectual, a pensar sin muletas ajenas, a no delegar la propia inteligencia en autoridades opacas. Más tarde, ante los totalitarismos y las guerras industriales, la llamada teoría crítica intentó convertirse en dique frente a la “razón instrumental”: esa racionalidad fría y calculadora capaz de organizar, con la misma lógica, una fábrica o un campo de exterminio.

En ese momento histórico, el pensamiento crítico pretendía ser el freno de emergencia de la humanidad ante la maquinaria ciega del progreso técnico.

Sin embargo, esta intención, en sí legítima, portaba en germen su propia esterilidad. Al fundar su resistencia casi exclusivamente en la negatividad —criticar lo dado, sospechar de todo—, y al renunciar previamente a la metafísica clásica, es decir, a la afirmación del ser y del orden natural, el pensamiento crítico se quedó sin suelo bajo los pies.

Se convirtió en:

• un método sin contenido,
• una lógica sin ontología,
• un “no” permanente, incapaz de decir “sí” a la Verdad.

Aprendió a desenmascarar al poder, pero olvidó cómo adherirse al bien. Y quien solo sabe negar termina, tarde o temprano, afirmando lo que niega: la nada como único absoluto. En ese vacío, la tecnocracia encontró su ocasión.

II. LA ANATOMÍA DEL ENGAÑO:

QUÉ ES HOY EL “PENSAMIENTO CRÍTICO”

Para evitar equívocos, no se trata de condenar la sana capacidad de examinar, discernir y corregir —necesaria para la prudencia intelectual—, sino el paradigma pedagógico y cívico que hoy se vende como pensamiento crítico.

Ese paradigma nace de una premisa envenenada: la desconfianza sistemática hacia la realidad y hacia toda autoridad que pretenda custodiarla. Sus arquitectos —herederos del cartesianismo, del criticismo y de las escuelas de la sospecha— parten de que la verdad no se descubre en el ser de las cosas, sino que se construye en la mente o se negocia en el discurso.

De ahí que “educar en pensamiento crítico” signifique, en la práctica, entrenar a la mente para:

1. Dudar por sistema de toda autoridad y de toda tradición, produciendo desarraigo intelectual y moral.
2. Analizar la forma de los argumentos sin atender a su contenido, como si la corrección lógica bastara aunque se niegue el orden natural.
3. Suspender indefinidamente el juicio para evitar ser “dogmático”, lo que termina en escepticismo crónico.

El resultado es un sujeto que sabe discutirlo todo, pero no es capaz de defender nada. Capaz de detectar falacias en un texto, pero incapaz de afirmar con serenidad y firmeza que existen el Bien y el Mal, una naturaleza humana y una ley moral insobornable.

El pensamiento crítico funciona así como ácido universal: disuelve errores, sí, pero en el mismo gesto disuelve también verdades, símbolos, memoria histórica, fe, patria e identidad. Deja al hombre flotando en la subjetividad pura, sin anclas, sin jerarquía de certezas, sin nada por lo que valga la pena sacrificarse.

III. EL SESGO DE ERROR:

POR QUÉ LA LÓGICA NO BASTA CONTRA LA MÁQUINA

El drama de nuestro tiempo consiste en que intentamos resistir al Leviatán tecnocrático utilizando sus propias armas: la lógica procesal, la gestión del dato, el escepticismo metodológico.

Pero la tecnocracia es, por definición, la perfección de la razón instrumental: es lógica pura, dato puro, eficiencia pura.

El pensamiento crítico reducido a un conjunto de habilidades para detectar falacias, contrastar evidencias y “problematizar discursos” opera en el mismo plano que la Inteligencia Artificial. Y en ese plano la máquina siempre gana, porque:

• no tiene alma que perder,
• no tiene dignidad que traicionar,
• no tiene fin último que violar.

Si se reduce la inteligencia a capacidad de proceso crítico, el ser humano se vuelve obsoleto por definición.

El sesgo de error del pensador crítico moderno está en su inmanentismo. Al aceptar que la esencia de las cosas es incognoscible y que la naturaleza humana es un mero constructo cultural, se despoja de la única autoridad que podría frenar la deriva técnica.

Cuando la tecnocracia propone reescribir al hombre —biológica, psicológica o digitalmente—, el pensamiento crítico recurre a estadísticas, consensos y comités de ética, pero le falta la palabra simple y decisiva:

“Esto es una aberración ontológica, porque viola la naturaleza humana”.

Como previamente ha deconstruido el concepto de naturaleza humana, por considerarlo opresivo, se encuentra ahora desarmado frente a la tecnología que promete reescribirlo todo, incluido al propio hombre.

IV. MAYÉUTICA DE LA SERVIDUMBRE:

EL INTERROGATORIO A LA RAZÓN MODERNA

Quien todavía confíe en que el paradigma actual de pensamiento crítico es un antídoto suficiente contra el poder, debe someterse a ciertas preguntas incómodas:

• ¿Es posible defender la libertad del hombre si previamente hemos disuelto la noción de alma y de dignidad trascendente, reduciéndola a reacciones bioquímicas o construcciones culturales? ¿No se convierte ese hombre deconstruido en materia prima ideal para la ingeniería social?
• ¿De qué sirve una brújula intelectual calibrada precisamente para desconfiar de todos los nortes? Si se enseña que toda autoridad y toda tradición son sospechosas por definición, ¿no quedamos huérfanos, aislados, listos para abrazar como único horizonte la verdad del dato y del experto?
• ¿Quién ofrece más resistencia al totalitarismo blando: el hombre que cree firmemente en verdades inmutables por las que estaría dispuesto a sufrirlo todo, o el escéptico sofisticado que considera que toda verdad es relativa y todo valor negociable?

La experiencia de este siglo es clara: el escéptico refinado se entrega antes que el creyente sólido. El pensamiento crítico, al erosionar las certezas pre–políticas —Dios, naturaleza, patria, familia—, ha despejado el terreno para que la tecnocracia levante sus catedrales digitales sin oposición real.

V. LA INTELIGENCIA SOBERANA:

RESTAURACIÓN DEL REALISMO Y DE LA TELEOLOGÍA

Si el diagnóstico es la insuficiencia de la duda, el remedio no puede consistir en dudar más, sino en aprender de nuevo a afirmar. No se sale de un laberinto multiplicando pasillos, sino reencontrando el norte.

Frente al criticismo agotado, se impone recuperar la Inteligencia Soberana: una inteligencia reconciliada con el ser, sometida a la verdad y capaz de gobernar la vida.

Podemos definirla así:

La Inteligencia Soberana es la sumisión voluntaria del intelecto a la verdad de las cosas y el consiguiente dominio de la voluntad sobre las pasiones y las mentiras externas.

Mientras el pensamiento crítico se formula principalmente la pregunta:

“¿Cómo puedo cuestionar esto para encontrar errores?”,

la Inteligencia Soberana se formula otra más alta:

“¿Qué es esto en su esencia y para qué existe?”

Aquí se abre un abismo entre dos modos de pensar:

1. Soberanía es Realismo
La mente soberana reconoce que la realidad tiene un orden anterior y superior a ella. No pretende fabricar la verdad; busca adecuarse al ser (adaequatio intellectus ad rem). La verdad se descubre, no se inventa; se acoge, no se vota.
2. Soberanía es Jerarquía
No todas las opiniones valen lo mismo, porque no todas se ajustan igualmente a la realidad. La verdad tiene derechos; el error, como tal, no tiene ninguno. La Inteligencia Soberana sabe reverenciar los principios, reconocer la autoridad legítima y someterse a la Ley Natural como norma objetiva de juicio.
3. Soberanía es Teleología
Recupera la pregunta por el fin: “¿Para qué existe esto?”. Entiende que las cosas y los seres tienen una naturaleza y, por tanto, un fin propio. Solo quien reconoce esos fines puede juzgar rectamente la técnica: puede decir “no” a una tecnología eficaz si destruye el fin del hombre, de la familia o de la comunidad política.
4. Soberanía es Libertad
Solo es verdaderamente libre quien ve la realidad tal como es y actúa en consecuencia. El que vive en la duda sistemática queda paralizado o se vuelve presa fácil de la propaganda. La duda perpetua no libera: desgasta, desorienta y desarma. La libertad requiere certezas.

Esta forma de intelección vincula la razón con la voluntad. No se reduce al juego académico de debatir sin fin, sino que culmina en el acto decidido de adherirse a la verdad descubierta y sostenerla frente a la presión del consenso.

La máquina puede calcular; solo el hombre puede comprender. La máquina procesa; solo el hombre puede contemplar.

VI. CONCLUSIÓN:

EL CORAJE DE LA AFIRMACIÓN

El pensamiento crítico, tal como hoy se predica, ha mostrado su insuficiencia: no ha logrado detener la deriva tecnocrática; la ha facilitado, al disolver las certezas que podrían resistirla.

La salida no es más sospecha, más “problematización” y más escepticismo. La salida es la restauración de la Inteligencia Soberana: la inteligencia que se arrodilla ante la verdad y, precisamente por eso, no se arrodilla ante el poder.

Ha llegado la hora de abandonar la cobardía intelectual disfrazada de duda y recuperar el coraje de afirmar. Solo quien se atreve a decir —sin pedir permiso a algoritmos ni comités— que el hombre no es material de laboratorio ni simple dato estadístico, sino sujeto de una dignidad que lo trasciende, podrá resistir la absorción de lo humano en la gran matriz digital.

La batalla de nuestro tiempo no es por tener más información, sino por conservar la cordura.

Y la cordura solo se recupera cuando la inteligencia vuelve a ocupar su trono:
– soberana sobre los datos,
– indemne a las modas ideológicas,
– humilde y firmemente sometida a la Verdad.

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