Soñé que México dejaba de ser mina

En mi sueño, México no vendía onzas, vendía el insumo insustituible de la transición energética. Cada frasco de pasta conductiva valía varios cientos de dólares y llevaba en su etiqueta una leyenda discreta: “Hecho en México con plata mexicana”

Por Oscar Méndez Oceguera

Imagen ilustrativa: Gold Market

Aquella noche me dormí leyendo noticias financieras.

Los titulares hablaban de la nueva “locura” de la plata: el metal gris había pasado, en apenas dos años, de rondar los 20 dólares por onza a superar los 50, con picos por encima de los 54. No era un simple capricho del mercado: la demanda industrial —paneles solares, electrónica de potencia, vehículos eléctricos— devoraba el metal a un ritmo récord, mientras la oferta crecía apenas marginalmente.

En medio de esos gráficos, un dato que en México casi nadie mira con la atención debida:
México seguía siendo el principal productor de plata del mundo, aportando en torno a una cuarta parte de la producción global, del orden de 210 a 220 millones de onzas anuales sobre un total que apenas rebasa los 800 millones.

Y, en otra página, el contraste:

el sector minero–metalúrgico aportaba apenas el 2.05 % del PIB nacional, según cifras oficiales recientes. Es decir: el país que sostiene con su plata la transición energética de Occidente apenas obtiene, a cambio, un par de puntos del pastel económico. El resto del valor se evapora en refinerías ajenas, cadenas industriales ajenas y bolsas de valores ajenas.

Con ese pensamiento me quedé dormido… y entonces soñé.

I. EL DECRETO DE LA DIGNIDAD INDUSTRIAL

En el sueño, México había tomado una decisión radical y, al mismo tiempo, perfectamente razonable: dejar de verse como una mina y empezar a comportarse como una fábrica de alta tecnología. No era un discurso inflamado, era una arquitectura jurídica, industrial y financiera.

El Congreso aprobaba una Ley General de Soberanía Industrial y Financiera de la Plata (LGSIP).

La primera línea era una herejía frente a la tradición extractivista:

“La plata deja de ser considerada un mineral concesible ordinario y se reclasifica como Recurso Estratégico de Seguridad Nacional y de Transición Energética”.

Esa frase no era decorativa; activaba tres cambios estructurales.

1.1. El candado de retención: la plata deja de salir en costales

El primer giro se llamaba Cuota de Reserva Industrial (CRI).

En el sueño, cualquier empresa que arrancara un gramo de plata del subsuelo mexicano estaba obligada a ofrecer al menos el 30 % de su producción anual al mercado interno industrial antes de tramitar un solo permiso de exportación.

Ese 30 % no era estatismo, sino oxígeno industrial: aseguraba materia prima estable y previsible para cualquier empresa que quisiera instalar refinerías, plantas fotovoltaicas, fábricas de componentes eléctricos o laboratorios de nanotecnología en territorio nacional.

Si nadie compraba, entonces sí: podían exportar. Pero la prioridad legal dejaba de ser la aduana y pasaba a ser la fábrica.

1.2. El impuesto que castiga la piedra y premia el chip

El segundo cambio era un arancel escalonado inverso que, por primera vez, castigaba la ignorancia industrial:

• 45 % de impuesto a la exportación de concentrado sin refinar (la “tierra rica” que hoy enviamos casi en bruto).
• 15 % a la exportación de barras de plata pura.
• 0 % de impuesto, más créditos fiscales, para la exportación de componentes tecnológicos con plata mexicana: pastas conductivas para celdas solares, circuitos, nanopartículas médicas, conectores de vehículos eléctricos.

La lógica era brutalmente sencilla:

“¿Quieres llevarte nuestra plata? Llévatela, pero en un producto de alto valor agregado hecho aquí, no en una piedra barata”.

1.3. Contenido nacional estratégico: del subsuelo al diseño

En paralelo, la ley imponía un porcentaje obligatorio de contenido nacional de plata en cadenas críticas: energía solar, electromovilidad, electrónica estratégica, biomedicina.

No era un cierre de fronteras, sino un mensaje claro al inversor global:

“Si vas a usar plata mexicana en productos críticos, una parte sustancial de la cadena de valor se queda en México”.

II. EL “SILVER VALLEY”: DEL SOCAVÓN A LA SALA BLANCA

A los pocos años, en el sueño, ya no hablábamos sólo de minas en Zacatecas o Durango, sino de un Corredor Tecnológico del Norte: Zacatecas–Torreón–Monterrey.

En ese corredor se alineaban tres piezas clave.

2.1. Refinerías de alta pureza: controlar el cuello de botella

Primero, tres mega–refinerías capaces de producir plata de pureza 99.999 % (grado electrónico). Hasta entonces, México dependía en buena medida de refinerías en el extranjero para alcanzar esas calidades; ahora, el país controlaba el cuello de botella que separa la piedra de la tecnología.

De esos procesos salían no sólo lingotes de plata: también oro, cobre, zinc y otros metales críticos que antes se iban prácticamente “de regalo” mezclados en el concentrado exportado.

2.2. El producto asesino: la tinta que enciende al sol

El corazón del Silver Valley era la industria de pastas y tintas conductivas fotovoltaicas: sin esa tinta de plata, un panel solar es apenas un vidrio caro.

Cada gigavatio nuevo de capacidad solar requiere del orden de cientos de miles de onzas de plata, y el sector fotovoltaico se había convertido en uno de los principales consumidores individuales del metal.

En mi sueño, México no vendía onzas, vendía el insumo insustituible de la transición energética. Cada frasco de pasta conductiva valía varios cientos de dólares y llevaba en su etiqueta una leyenda discreta: “Hecho en México con plata mexicana”.

2.3. El sistema nervioso de los vehículos eléctricos

En el Bajío, donde hoy ensamblamos plataformas ajenas, se habían instalado fábricas de:

• conectores de alta conductividad para vehículos eléctricos,
• relés, contactos y mallas de plata para baterías y electrónica de potencia.

La cadena era perfecta en su sobriedad: la plata salía de Zacatecas, se refinaba en Torreón, se transformaba en componentes en San Luis Potosí y salía del país ya no como mineral, sino integrada en un automóvil de 40 000 o 50 000 dólares.

2.4. Nanotecnología y biomedicina: el margen infinito

Alrededor del corredor surgían laboratorios de nanotecnología y biomedicina que trabajaban con nanopartículas de plata para recubrimientos antibacterianos, filtros de agua, material quirúrgico, textiles médicos.

Allí, los volúmenes eran bajos, pero los márgenes casi infinitos: un gramo de plata podía valer, transformado en conocimiento y patentes, mil veces más que su valor metálico.

III. EL BONO SOBERANO DE PLATA: HIPOTECAR AL REVÉS

En la siguiente escena del sueño, el Banco de México hacía algo que, hasta entonces, sólo existía en libros de prospectiva: emitía un Bono Soberano de Plata.

La idea era sencilla de formular y compleja de ejecutar: convertir parte de la plata nacional en un activo financiero de primer nivel, sin entregarla ni perderla.

La imagen que lo explicaba era ésta:

Es como hipotecar la casa, pero al revés:

en lugar de pagar intereses al banco, el banco —es decir, el mercado— nos paga por guardar nuestro propio tesoro, porque sabe que mañana valdrá más.

Técnicamente:
• El bono no se denominaba en pesos ni en dólares, sino en onzas troy de plata.
• Un título equivalía, por ejemplo, a 100 onzas respaldadas por metal físico auditado y custodiado en bóvedas nacionales.
• El cupón anual era muy bajo —1–2 %— porque la ganancia principal del inversionista no estaba en el interés, sino en la apreciación del metal.

Al vencimiento, el tenedor podía elegir:
1. cobrar en efectivo el valor de esas 100 onzas al precio de mercado, o
2. recibir la entrega física de las barras de plata.

La clave era ésta:
al emitir bonos, México no vendía la plata, la retenía. Para respaldar los títulos, una parte de la producción se apartaba del mercado y se guardaba.

Y ahí aparecía el giro de poder:

Al guardar la plata, la encarecemos;
y al encarecerla, nuestras reservas valen más.
Es el negocio perfecto.

En términos macroeconómicos:
• El país refinanciaba deuda cara en dólares con deuda barata respaldada en metal, ahorrando miles de millones en servicio de la deuda.
• Al retirar plata física del circuito internacional y convertirla en respaldo de bonos, estrechaba la oferta mundial, empujando el precio al alza y revalorizando sus propias reservas.

Un solo programa de Bonos de Plata del orden de 50 mil millones de dólares equivalentes permitía refinanciar una parte relevante de la deuda externa a tasas del 1–2 %, liberando recursos fiscales para financiar el Silver Valley, infraestructura y ciencia aplicada.

IV. EL CÁRTEL DEL SUR: MÉXICO Y PERÚ DICTAN EL PRECIO

En la segunda parte del sueño, México no estaba solo. Se sentaba a la mesa con Perú, el otro gigante del metal gris.

Entre ambos concentraban casi el 37 % de la producción mundial de plata primaria: México alrededor del 24 %, Perú en torno al 13.

Firmaban la Alianza del Pacífico Plateada.

La idea fuerza era sencilla y, por eso mismo, revolucionaria:
crear una suerte de “OPEP de la plata” en clave latinoamericana. Un cártel del Sur.

4.1. El precio piso del metal insustituible

La alianza establecía un precio piso internacional para la onza de plata física —por ejemplo, 40 dólares— por debajo del cual, sencillamente, no exportaría.

Si Londres o el COMEX cotizaban por debajo de ese umbral, México y Perú reducían exportaciones y desviaban parte de su producción a reservas estratégicas industriales y a sus propias cadenas de valor, hasta que la demanda internacional aceptara el nuevo piso.

La electrónica, la energía solar, los sistemas militares y las infraestructuras digitales no tienen un sustituto barato para la plata. El mensaje era claro:
o pagan un precio justo y estable,
o enfrentan la escasez.

4.2. Certificación propia: romper con los árbitros de siempre

Para que el cártel tuviera verdaderos dientes, hacía falta algo más que controlar tonelaje: había que controlar también la legitimidad financiera del metal.

México y Perú creaban una Certificación Unificada de Origen y Pureza:
una barra fundida en Torreón o en Lima, con ese sello, tenía la misma respetabilidad financiera que cualquier barra avalada en Londres o Suiza.

Los bancos centrales de ambos países respaldaban el estándar con su firma y sus reservas.

Desde ese momento, las grandes potencias —Estados Unidos, la Unión Europea, China, India— ya no negociaban sólo precio: negociaban también transferencia efectiva de tecnología a cambio de acceso estable al metal.

V. LOS NÚMEROS DEL SUEÑO

En ese México soñado, hacia 2035, los cuadros macroeconómicos se veían así:
Contribución al PIB
• Realidad 2025: alrededor de 2.05 % del PIB proviene del sector minero–metalúrgico.
• Escenario soñado 2035: 8–10 % del PIB asociado a cadenas industriales basadas en plata (energía, electromovilidad, biomedicina, electrónica).
Empleo vinculado a la plata
• Hoy: del orden de 400 000 empleos directos en minería, mayoritariamente extractivos y de baja remuneración.
• Sueño: alrededor de 1.5 millones de empleos en refinerías, manufactura avanzada, investigación y servicios tecnológicos.
Composición de exportaciones
• Hoy: más del 70 % del valor exportado vinculado a concentrados y metales poco elaborados.
• Sueño: más del 70 % del valor exportado en forma de componentes tecnológicos, pastas conductivas, circuitos y soluciones médicas.
Dependencia de capital extranjero en minería
• Hoy: cerca del 70 % de las empresas mineras extranjeras en México son canadienses, y más de la mitad de la inversión minera proviene de Canadá; la capitalización bursátil se hace en Toronto o Londres, no en México.
• Sueño: esa proporción desciende hacia el 40 %, con un aumento de joint ventures y empresas tecnológicas mixtas donde el capital mexicano deja de ser invitado y se vuelve socio.

En otras palabras: la plata dejaba de ser un recurso que se extrae y se olvida, para convertirse en columna vertebral de un proyecto de reindustrialización, comparable en escala al cobre chileno o al litio australiano, pero decidido a no repetir su error principal: conformarse con exportar concentrado mientras otros se quedan con el valor.

VI. EL GIRO DEL T-MEC: DE OBSTÁCULO A PALANCA

Al despertar del sueño, la tentación inmediata sería pensar: “El T-MEC jamás lo permitiría”.

Pero ahí aparece el verdadero giro.

Este plan no rompe con el T-MEC: lo ordena en su sentido correcto.

Norteamérica enfrenta un problema estructural: su transición energética, su digitalización y parte de su aparato militar dependen de cadenas de valor chinas en paneles solares, baterías y componentes electrónicos.

Si México industrializa la plata, el beneficiado directo no es sólo México:
es todo el bloque norteamericano.

• Estados Unidos reduce su dependencia de componentes solares chinos y asegura, a pocas horas de distancia, una fuente estable de insumos críticos.
• Canadá deja de ser únicamente exportador de empresas mineras y puede participar en cadenas más sofisticadas.
• México deja de ser “la mina del barrio” y se vuelve plataforma de seguridad energética regional.

Planteado así, la pregunta ante Washington y Ottawa no es:
“¿Nos dejarán hacerlo?”,
sino:
“¿Cuánto tiempo más pueden permitirse que no lo hagamos?”.

La Soberanía de la Plata deja de ser un nacionalismo sentimental y se convierte en política realista: una forma de ordenar los tratados a la finalidad que deberían tener, que es el bien de las naciones concretas, no la perpetuación de su dependencia.

VII. EL DESPERTAR: LA PLATA REAL Y EL PAÍS QUE SIGUE SIENDO MINA

Y entonces, en la realidad, suena el despertador.

El gráfico del teléfono sigue ahí, implacable: la plata rozando máximos, la demanda industrial creciendo, la transición verde acelerándose.

México, mientras tanto, sigue en su lugar habitual:
• Primer productor mundial de plata, con alrededor del 24–25 % de la producción global.
• 2.05 % del PIB aportado por la minería.
• Cientos de miles de empleos en regiones donde la pobreza y la precariedad laboral siguen siendo norma.
• Ganancias extraordinarias que se capitalizan en Toronto y Londres.
• Y comunidades donde las escuelas se caen a pedazos a unos kilómetros de minas que alimentan cadenas industriales de miles de millones de dólares.

A esto se suman tres desafíos que ningún sueño resuelve por decreto:
1. Los tratados comerciales, que exigen inteligencia jurídica y firmeza política para interpretarse en clave de bien común nacional y regional, no como dogma intocable al servicio de terceros.
2. La captura regulatoria y la corrupción: sin instituciones sólidas —y personas con sentido de responsabilidad y de límite— cualquier reforma corre el riesgo de convertirse en un nuevo mecanismo de privilegio para unos cuantos.
3. La justicia en los territorios donde se extrae: la protección de las comunidades concretas —familias, pueblos originarios, campesinos—, la reparación de los daños causados, la restauración del equilibrio ecológico y el uso responsable del agua no son adornos propagandísticos, sino exigencias elementales del bien común, sin las cuales toda “soberanía económica” se convierte en una palabra vacía.

La realidad es clara:
Hoy, la plata mexicana alimenta la transición energética global, pero no se queda como reserva de valor ni como motor industrial.

Mientras México siga pensando la plata sólo como metal de exportación, y no como palanca de autonomía estratégica y orden económico más justo, la historia se repetirá con precios distintos: cifras récord en los reportes internacionales, beneficios marginales en las comunidades que viven sobre los yacimientos.

VIII. ¿Y SI SÍ?

¿Y si sí?

¿Y si México decidiera, con la frialdad de un ingeniero y la visión de un estadista, dejar de ser la mina del mundo para convertirse en su bóveda tecnológica?

La plata ya está ahí.
La geología ya hizo su trabajo; nos toca hacer el nuestro.

Los algoritmos de Wall Street nos recuerdan cada mañana el precio de una onza, pero son incapaces de calcular el valor de una nación que se respeta a sí misma.

Lo que falta no es metal, es decisión.

Porque en el siglo XXI, la soberanía no se grita en discursos;
se funde, se refina, se ordena jurídicamente, se encarna en industria y se respalda en plata.

Y tal vez la verdadera pregunta no sea si este sueño es demasiado ambicioso,
sino cuánto tiempo más podemos permitirnos no soñarlo.

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