Gnoseología del desorden y geopolítica de la disolución

Por Oscar Méndez Oceguera
Imagen ilustrativa: Pexels
I. Introducción: La crisis como instrumentum regni
Existen conceptos que no nacen para iluminar la realidad, sino para disciplinarla. La “policrisis” es uno de ellos. Bajo su apariencia descriptiva —la mera constatación de fracturas interconectadas— se oculta una vocación normativa: la instauración de un nuevo principio de legitimidad. Su tesis implícita es que la potestad política ya no debe medirse por su ordenación al Bien Común, sino por su capacidad técnica para gestionar una emergencia declarada permanente.
El silogismo operativo es tan simple como perverso. Se enumeran las disrupciones fácticas —energía, guerra, clima, tecnología— para concluir que conforman un sistema de inestabilidad insalvable. Si la inestabilidad es la condición natural del mundo, el orden clásico deviene una ilusión peligrosa; si el orden es ilusorio, el Estado soberano se revela insuficiente; y si la soberanía es insuficiente, la gobernanza tecnocrática transnacional se erige como la única salida “realista”.
No estamos, pues, ante una categoría analítica, sino ante una categoría de dominio. Se configura así una teología política de transición hacia una arquitectura multipolar (BRICS+) que termina exigiendo, como precio de ingreso, la abdicación práctica de la razón política occidental y el desmantelamiento del Estado como custodio de la comunidad.
⸻
II. El germen doctrinal: De la complejidad al Chaosmos
Toda praxis política corrupta hunde sus raíces en una gnoseología errada. La Escuela de la Policrisis se funda en la idolatría de la complejidad, cuyos sumos sacerdotes (Morin, Tooze) han elevado la duda metodológica a rango de soberanía filosófica.
El problema no reside en reconocer que la historia es compleja —lo cual es prudencia elemental—, sino en insinuar que, dada esa complejidad, todo orden estable es sospechoso por definición.
Se induce así un doble efecto paralizante:
1. Se debilita la confianza en la capacidad de la razón para emitir juicios políticos verdaderos.
2. Se prepara el terreno para una ontología de la disolución, donde lo inestable deja de ser un accidente histórico para convertirse en el destino inexorable del ser social.
Aquí es donde el concepto de Chaosmos deja de ser una metáfora del interregno para convertirse en principio rector. Si orden y desorden son co-originarios y de igual dignidad, la Forma se degrada. Y cuando la Forma se degrada, la distinción entre salud y enfermedad social se desvanece, haciendo imposible cualquier juicio moral sobre la política. La administración del desorden pasa a ser vendida como la forma suprema de sabiduría histórica.
⸻
III. Fenomenología de la impotencia inducida
Para comprender cómo esta metafísica del caos se traduce en servidumbre política, basta observar cómo reconfigura tres ámbitos esenciales de la soberanía, transformando la autoridad en mera gestión de flujos.
1. La desustanciación de la energía: Del bien común a la logística del pánico
El discurso de la policrisis presenta la cuestión energética bajo el signo de la urgencia estructural inabarcable. Se normaliza el dogma de que la comunidad nacional es ontológicamente incapaz de procurarse seguridad y sustento.
El corolario es la subordinación: se transita del derecho natural de una comunidad a disponer de sus recursos, al deber de someterse a arquitecturas regulatorias supranacionales. La soberanía energética es sacrificada en el altar de la “eficiencia global”, convirtiendo a las naciones en clientes precarios de una red que no controlan.
2. La desterritorialización de la seguridad: La frontera como válvula
Bajo el prisma de la complejidad, la frontera deja de ser la “piel” jurídica y moral de la polis para convertirse en una variable administrativa de compensación. Los fenómenos humanos no se juzgan, se “gestionan”.
El Estado es empujado a abdicar de su función de autoridad originaria (proteger la identidad y la paz de su pueblo) para devenir en ejecutor de estrategias globales de reparto demográfico. La política deja de encarnar fines propios y pasa a administrar presiones ajenas.
3. La tecnocracia como sucedánea de la autoridad
Ante la “velocidad” de la crisis tecnológica, se proclama la obsolescencia de la prudencia legislativa nacional. La respuesta propuesta no es el fortalecimiento de la autoridad soberana para someter la técnica a la ética, sino su disolución en redes de “gobernanza digital” y arbitraje privado. Se legitima así una tiranía algorítmica y transnacional que, bajo el disfraz de la neutralidad técnica, redefine los límites de lo humano sin responsabilidad política alguna.
⸻
IV. La funcionalidad geopolítica: El suicidio de Occidente
Aquí radica la clave de bóveda: la Escuela de la Policrisis no solo describe el declive de Occidente; lo racionaliza y lo acelera.
Una vez que el Estado se juzga ontológicamente insuficiente, la reconfiguración del poder global deja de ser opción y se convierte en supuesto. Al declarar que el mundo es un sistema “no-lineal” e ingobernable bajo los viejos parámetros de la razón universal, esta ideología firma el certificado de defunción del orden occidental. En ese vacío provocado, el bloque BRICS+ adquiere su legitimidad histórica: no solo como potencia económica, sino como el emblema de una era “post-occidental” que renuncia a la universalidad de la verdad para abrazar un pluralismo de potencias sin ley moral común.
La policrisis es, en última instancia, el argumento filosófico para que Occidente entregue las armas de la razón y acepte su reducción a mera provincia en un mundo regido por la fuerza.
⸻
V. Consecuencias jurídicas: El advenimiento del Derecho Líquido
Cuando el chaosmos se convierte en norma práctica, el Derecho sufre una mutación letal.
1. Ius Fluidum (Derecho sin forma): Si la realidad es un flujo magmático de crisis, la ley estable estorba. La norma deja de ser ordinatio rationis (ordenación de la razón) para convertirse en herramienta de adaptación biológica del sistema. La seguridad jurídica desaparece para dar paso a la “resiliencia”. El juez muta: de custodio del orden objetivo a intérprete del clima social del momento. Se instaura así un estado de excepción permanente.
2. La evaporación de la responsabilidad: La tesis de la complejidad global diluye la imputabilidad. Cuando las decisiones se toman en redes difusas de gobernanza, la relación entre el mandato y la responsabilidad se rompe.
Se perfecciona así la forma más insidiosa de dominio: la tiranía que administra sin rostro. Cuando nadie decide en último término, nadie responde en último término.
⸻
Conclusión: El deber de no rendir la forma
La Escuela de la Policrisis acierta en el diagnóstico de los síntomas, pero nos envenena en la prescripción del remedio. El mundo vive turbulencias, es innegable. Lo que no es inevitable es convertir la turbulencia en principio rector del ser.
Una inteligencia que, ante la enfermedad de la época, solo prescribe analgésicos para adaptarse al dolor sin buscar restituir la salud del orden, se comporta no como un médico, sino como un gestor de cuidados paliativos para una civilización a la que ha dado por muerta. La policrisis, elevada a ideología, es precisamente eso: una técnica refinada para administrar el colapso sin tener el valor de nombrarlo.
El núcleo del conflicto no es la complejidad del mundo, sino la debilidad del criterio con que se lo juzga.
La verdadera resistencia intelectual no consiste en proponer una mejor logística del caos. Consiste en tener el coraje metafísico de afirmar lo que el siglo intenta expulsar de la conciencia:
– Que el orden existe y es superior al desorden.
– Que la justicia no es una convención móvil, sino una exigencia objetiva.
– Que la soberanía no es un estorbo técnico, sino la libertad moral de un pueblo.
– Y que la política —si ha de merecer su nombre— no es la gestión de la supervivencia, sino la ordenación racional de la comunidad hacia su fin.
No estamos llamados a ser los notarios del declive.
Estamos obligados a ser los custodios de la forma.
