La teología del Concilio procede de la antropolatría y conduce al luciferismo

Pablo VI y Juan Pablo II lo confirmaron

Tomado de Adelante la Fe

Imagen ilustrativa: Especial

El presente artículo fue publicado el 1 de diciembre de 2025 por el sitio católico Adelante la Fe.
La versión original en italiano apareció el 15 de septiembre en la publicación Sí Sí No No.

Prólogo

Parafraseando al P. Cornelio Fabro, me ocupo del tema que supuso el vuelco antropológico del Concilio Vaticano II1 con miras a entender de dónde viene y adónde puede llevarnos si lo seguimos.

O Dios o el yo

En su homilía de la novena sesión del Concilio (7 de diciembre de 1965), Pablo VI dijo: «La religión del Dios que se ha hecho hombre se ha encontrado con la religión –porque tal es– del hombre que se hace Dios. ¿Qué ha sucedido? ¿Un choque, una lucha, una condenación? Podía haberse dado, pero no se produjo. […] Una simpatía inmensa lo ha penetrado todo. […] También nosotros –y más que nadie– somos promotores del hombre» (Concilio Vaticano II. Constituciones, decretos, declaraciones. BAC Madrid 1966 pá. 828).

Chirría tremendamente esta frase, objetivamente blasfema, de Montini, «promotores del hombre» y, peor aún, la religión «del hombre que se hace Dios»:

1º) Choca con la encarnación del Verbo, que «se despojó a Sí mismo, hecho semejante a los hombres» (Fil.2,3-7).

2º) Con lo que escribe San Agustín sobre la Encarnación: «El Verbo de Dios se hizo hombre para que el hombre no osase hacerse igual a Dios» (Sermones, LXXVII, 11-12).

3º) Con lo que dijo Pío XII en su radiomensaje de Navidad del 24 de diciembre de 1952: «El satanismo más profundo y capilar es la apoteosis del hombre». Y por último,

4º) Con lo que dijo San Pío X en 1910 en la encíclica E supremi apostolatus cathedra, en la que identifica el culto al hombre con una señal propia del Anticristo.

En resumidas cuentas, que Montini y el Concilio contradicen cuanto han enseñado las Escrituras (San Pablo) y la tradición patrística (San Agustín). Es decir, las fuentes que son la divina Revelación y el Magisterio (Pío X y Pío XII), que es el intérprete fiel de la primera.

Si nos asaltase la duda de que ese culto al hombre y esa religión del hombre que se hace Dios, presentados como dos pilares del Concilio, son una opinión meramente subjetiva y personal de Montini, no tendremos más que leer lo que escribió Juan Pablo II en la encíclica Dives in misericordia de 1980: «Mientras las diversas corrientes del pasado y presente del pensamiento humano han sido y siguen siendo propensas a dividir e incluso contraponer el teocentrismo y el antropocentrismo, la Iglesia en cambio [la del Concilio, NdA] […] trata de unirlas […] de manera orgánica y profunda. Este es también uno de los principios fundamentales, y quizás el más importante, del Magisterio del último Concilio».

O sea, que también el papa Wojtyła enseña que Dios y el hombre coinciden, o sea que son una misma cosa (lo cual es panteísmo) según la neoteología conciliar. Peor aún: aumenta la dosis y especifica, para quien quisiera entenderlo, que «este es también uno de los principios fundamentales, y quizás el más importante, del Magisterio del último Concilio».

No sólo eso: según Montini, el Concilio está penetrado de una inmensa simpatía por la religión del hombre, que quiere hacerse igual a Dios. Ha tenido la osadía de hacer suyo aquello que el Verbo nos enseñó a ni considerar hacerlo siquiera: hacerse Dios. Por eso, no es exagerado afirmar que la doctrina del Concilio Vaticano II es la doctrina misma del Anticristo y del antidiós.

Por último, y también según Pablo VI, gracias al Concilio, la pretensión del hombre moderno de hacerse igual a Dios, equivaldría nada menos que al ejemplo de humildad y máxima de cuando «se despojó a Sí mismo / exinanivit semetipsum» (Fil.2,7) el Verbo Divino al hacerse hombre.

Tenemos así otra coincidentia oppositorum, para colmo entre el Diablo y Cristo, entre satanismo y cristianismo, que en la divina Revelación había sido solemnemente rechazada y condenada «¿Qué concordia entre Cristo y Belial?» (S. Pablo, II Cor. 6,15), y que nos revela el carácter diabólicamente preternatural del Concilio y el postconcilio.

El padre Gabriel Allegra citaba a Pío IX, que solía decir: «Durante los concilios suelen actuar tres entidades: Dios, el Diablo y el hombre». Más adelante, el P. Allegra reconoció: «Por desgracia, durante el Concilio Vaticano II he visto más que nada la actuación del Diablo» (Ideo multum tenemur Ei, cuaderno III, 23 de agosto de 1975)2.

La Iglesia siempre ha enseñado que el mundo entero (no en cuanto creación física de Dios, sino en el sentido moral y peyorativo –quienes viven según el espíritu mundano o carnal, contrario a lo angélico y divino– está sometido al Diablo según el dilema o Dios o el yo, o la verdad o la mentira, o Dios o Mamón.

De ahí que el Maligno sea también llamado «el príncipe de este mundo» (Jn.12,31; 14,30) y «el dios de este mundo» (2 Cor. 4,4). El reino de Satanás está enfrentado al de Dios (Mt.12,26). Satanás expulsa del corazón del hombre el grano bueno de la Palabra de Dios y lo sustituye por la cizaña o grano falso del error (Mc. 4,15). Lo que se propone es «cegar los entendimientos a fin de que no resplandezca (para ellos) la luz del Evangelio de la gloria de Cristo» (2.Cor. 4,4). El mundo de Satanás combate en el tiempo contra el Reino de Dios, pero al final Jesús vencerá y lo derrotará definitivamente y conquistará el mundo (Jn.16,33). Hasta el fin del mundo habrá oposición entre los hijos de Dios y los del Diablo   (Jn.8,44), los cuales realizan las obras de éste (Hch.13,10), que se pueden sintetizar en la impostura o seducción (Jn.8,44; 1 Tm.4,2; Apoc. 12,9). A consecuencia de ello, la verdad y la justicia son reemplazadas por el error y el pecado (Rm.1,25; Stg. 5,19).

El satanismo

En un sentido genérico, el satanismo es el estado de lo satánico, es decir lo que se somete e incluso se consagra a Satanás. El satanismo   está totalmente impregnado e invadido del espíritu de Satanás, el adversario de Dios y del hombre.

En un sentido concreto, el término satanismo significa tres cosas: 1º) El imperio de Satanás sobre el mundo. 2º) El culto a Satanás, y 3º) La imitación de su rebelión contra Dios.

Es necesario estudiar las tres cosas para captar bien el concepto del Satanismo y su relación con la modernidad, la postmodernidad y el Concilio Vaticano II.

1º) El imperio de Satanás sobre el mundo

San Agustín nos habla de dos ciudades, la de Dios y la del Diablo, que se cimientan sobre dos amores enfrentados: el yo y Dios (De civitate Dei, XIV, 18).

De un modo radicalmente contrario a lo que afirmó Montini en la clausura del Concilio, Pío XII enseñó que el satanismo más profundo y capilar es la apoteosis del hombre, que reduce la religión a algo libre y que, después de poco menos que haber destrozado el cristianismo, aplica las dos vías falsas del colectivismo socialista y el individualismo liberal, las cuales llevan a la humanidad a la aniquilación, primero en un sentido moral y más tarde físico (Radiomensaje de Navidad, 24 de diciembre de 1952, nº 12-30). Por otra parte, San Pío X califica de sustancialmente anticristiano el culto al hombre con el que el propio Pablo VI ha calificado al Concilio Vaticano II.

Ciento veinte y sesenta años después del uno y del otro estamos viviendo los efectos de estas dos terribles profecías de Pío X y Pablo VI, que desgraciadamente se han cumplido.

Hoy en día, mediante una bondad puramente natural, el príncipe de este mundo trata de encadenar a los hombres para mantenerlos más férreamente bajo su dominio, o sea alejados de la verdadera Iglesia de Cristo3. El culto al hombre, característica esencial del reino del Anticristo, ha penetrado hasta los más altos estratos del Vaticano y contagiado totalmente el ambiente de la Iglesia y de todo el mundo.

2º) El culto a Satanás

Si se niega la existencia del Diablo, se niega igualmente el culto que se le rinde. Actualmente la victoria más peligrosa de Satanás es la de haber trastornado la Fe católica en su existencia real. No menos perniciosa es la superstición contraria, es decir el culto que se rinde a Satanás como supuesta divinidad, maligna, para entenderse con él y servirse de él en busca de provecho personal (honores, riquezas y placeres).

Los antiguos gnósticos identificaron a Satanás con la serpiente del Paraíso Terrenal (Ireneo, Adversus haereses, I, 24; Tertuliano, Praescr., 47), a la que se exaltaba por haber reivindicado los derechos del hombres, el culto al hombre, la apoteosis del hombre (culto al hombre reivindicado para el Concilio por el propio Montini: «¡También nosotros, y más que nadie, somos promotores del hombre»!), la cual reveló a Adán el conocimiento (gnosis) del bien y del mal enseñándole a rebelarse contra los Mandamientos divinos. Para los gnósticos cainitas (cf. Ireneo, íbid. I, 31), los verdaderos libertadores son los grandes rebeldes que se alzaron contra Dios: Caín, Esaú, los sodomitas y ante todo Judas, que liberó a la humanidad de Jesús.

Monseñor Antonio Romeo nos explica que «el culto a Satanás se concentra en las misas negras […] que recuerdan fórmulas y ritos masónicos […]. Sin duda, una guarida secreta del satanismo es la Masonería, que ha heredado su fe y costumbres del gnosticismo cainita.

Pues bien: sabemos que la Masonería (sobre todo la judaica, el B’nai B’rit) desempeñó un papel fundamental al menos en la redacción de dos documentos del Concilio: Nostra aetate (28 de octubre de 1965) y Dignitates humanae personae (7 de diciembre de 1965)»4.

3º) La rebelión satánica

Esta rebelión consiste en la afirmación  heroica  del yo y la apoteosis del hombre, defendidas en su total integridad. Monseñor Antonio Romeo escribió: «Con miras a adular la voluntad o la libertad humana que ya no refleja la divina, algunos teólogos católicos han llegado a correr el riesgo del pecado […] en una actitud de peligro mortal que tiene muchos puntos de contacto con el titanismo de hoy»5.

Pues bien, el mismo riesgo titánico de atreverse luciferianamente a hacerse igual a Dios fue exaltado por Montini como la gran conquista del mundo moderno y del Concilio: «La religión del Dios que se ha hecho hombre se ha encontrado con la religión –porque tal es– del hombre que se hace Dios. […] ¡También nosotros, y más que nadie, somos promotores del hombre!»

Conclusión

Partiendo de estas premisas, la única conclusión lógica a la que se puede llegar es que la teología del Concilio Vaticano II –sintetizada con presunción por Montini en la tesis de que «la religión del Dios que se ha hecho hombre se ha encontrado con la religión –porque tal es– del hombre que se hace Dios» procede de la antropolatría y conduce irremediablemente al luciferismo, es decir la pretensión del hombre de hacerse igual a Dios, la cual convirtió a un ángel bueno en un ángel caído y malo, o sea el Diablo.

Lo que nos corresponde es 1º) no seguir sus pasos, sino combatir bajo la bandera de San Miguel Arcángel, que ante el non serviam de Lucifer exclamó: «¿Quién como Dios6?» 2º) Seguir la escuela de San Agustín, según la cual el Verbo de Dios se hizo hombre para que el hombre no osara hacerse igual a Dios (Discursos, LXXVII, 11-12).

Desgraciadamente el Concilio, como declaró Montini, supone la temeridad de quien tiene la osadía de hacerse igual a Dios y, como profetizó Pío XII, consiste en la luciferina apoteosis del hombre.

Por eso, para no acabar como Lucifer, que fue arrojado a un infierno creado a propósito para él, es necesario pensar y actuar de una manera diametralmente contraria (agere contra per diametrum) a lo que pensó e hizo el Concilio Vaticano II: despojarse como el Verbo en vez de exaltarse como Lucifer, porque «el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado» (Lc., XIV, 11).

Canonicus Romanus

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

1 Cfr. C. Fabro, La svolta antropologica di Karl Rahner, Milán, Rusconi, 1974.

2 «En tiempos del Concilio Vaticano I Pío IX decía que el Concilio lo hacen el Espíritu Santo, los hombres y el Diablo […] En ciertas ambigüedades litúrgicas y disciplinarias […], en el pluralismo teológico […] observo la presencia del inimicus homo, la obra de Satanás, es decir uno de los tres personajes que han actuado en el Concilio Vaticano II» (padre Gabriele Allegra, Ideo multum tenemur Ei, cuaderno III, 23 de agosto de 1975).

Adolfo Stolz, Teologia della mistica, Brescia, 1940, p. 66.

4 A. Romeo, Enciclopedia Cattolica, Ciudad del Vaticano, vol. X, 1953, col. 1958, voz “Satanismo”.

5 Cfr. E. Ratier, Mystères et secrets du B’nai Brith, París, Facta, 1993, pp. 114-115 e 371-381; J. Madiran, L’accord secret de Rome avec les dirigeants juifs, en Itineraires, nº III, septiembre de 1990, p. 3, nota 2.18 A. Romeo, Íbid.

6 San Miguel no era panteista, pero según el principio de identidad y no contradicción, creía que Dios = Dios; hombre = hombre; hombre ≠ Dios. En cambio, según Montini, el Concilio y Wojtyła «el hombre es Dios». Como se puede ver, estamos ante dos conceptos diametralmente opuestos e irreconciliables: O Cristo o Belial, o el cristianismo o el panteísmo del Concilio Vaticano II.

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