Pinochet: el hombre que detuvo el abismo y devolvió la esperanza a Chile

El pasado 10 de diciembre se cumplieron 19 años del fallecimiento del general Augusto Pinochet; cuatro días después, Chile llevó a cabo la segunda vuelta de la elección presidencial en la que el candidato conservador José Antonio Kast Rist derrotó a la aspirantea comunista Jeannette Jara

Por Javier García Isac

Imagen ilustrativa: Especial

El presente artículo se publica con la autorización de El Español Digital.

Un nuevo aniversario de la muerte del general Augusto Pinochet Ugarte vuelve a colocar su nombre en el centro del debate. Lo hace, como siempre, rodeado de falsificaciones históricas, de propaganda ideológica y de una sistemática campaña de demonización impulsada por la izquierda internacional. Pero también lo hace —cada vez con más fuerza— desde la memoria de millones de chilenos que saben que, sin él, Chile no existiría hoy como nación libre, próspera y democrática.

Porque a Pinochet no hay que juzgarlo desde los cómodos sillones de la corrección política actual, sino desde el abismo real al que Salvador Allende había conducido al país entre 1970 y 1973. Tres años de caos, desabastecimiento, inflación descontrolada, violencia callejera, expropiaciones arbitrarias, aparato estatal ocupado por el marxismo y un proyecto claro: convertir Chile en una nueva Cuba bajo tutela soviética.

Allende no cayó por un golpe “contra una democracia”, como repiten los manuales ideológicos. Allende había destruido la democracia desde dentro, pisoteando la legalidad, despreciando al Parlamento y armando a milicias afines. Su desenlace final es un hecho histórico probado: se suicidó en La Moneda con un arma que le había regalado Fidel Castro. No fue asesinado. Fue el desenlace de un proyecto fracasado que había llevado al país al borde de la guerra civil.

El 11 de septiembre de 1973: cuando el Ejército evitó una dictadura totalitaria

El 11 de septiembre no fue un capricho militar. Fue la respuesta desesperada de un país hundido, con las calles rotas, con la economía colapsada, con la violencia desatada. El Ejército chileno, con Pinochet al frente, evitó que se implantara una dictadura comunista irreversible.

Y esta es la verdad que la izquierda jamás perdonará: Pinochet detuvo el comunismo en América del Sur cuando nadie más se atrevía.

Aquello no fue un golpe para imponer una tiranía ideológica, como sí hizo Castro en Cuba, sino una intervención excepcional para impedir la destrucción definitiva del país. Con errores, sí. Con dureza, también. Pero con un objetivo claro: salvar a Chile del totalitarismo marxista.

La reconstrucción: orden, crecimiento y prosperidad

A partir de 1973 comienza algo que la izquierda también intenta borrar: la reconstrucción económica más exitosa de Hispanoamérica en el siglo XX.

Chile pasó:

  • Del hambre al crecimiento.
  • De la inflación desbordada a la estabilidad.
  • Del aislamiento a la inversión.
  • De la miseria al despegue económico.
  • Se construyó una economía abierta, fuerte, competitiva. Se sentaron las bases del Chile moderno. Y aquí viene la gran incómoda verdad:

Todo lo que hoy fue prosperidad en Chile nació con las reformas impulsadas bajo el gobierno de Pinochet.

Durante décadas, Chile fue el país más estable de la región, el que más crecía, el que más clase media generó. Y eso jamás se logró bajo el socialismo.

El hecho que la izquierda no soporta: Pinochet devolvió el poder.

Y ahora llega el detalle que desmonta el relato completo:

  • Pinochet entregó el poder.
  • Convocó un proceso.
  • Respetó el resultado.
  • Abandonó la jefatura del Estado.
  • Permitió la transición.

¿Qué dictador comunista ha hecho eso jamás?

Ninguno.

Pinochet no gobernó eternamente. No heredó el poder a sus hijos. No creó una dinastía. Entregó Chile a un sistema democrático funcional, con instituciones sólidas y una economía fuerte.

Ese gesto final —que jamás hará un tirano marxista— es el que más daño causa a los falsificadores de la historia.

El contraste con el Chile actual: del mérito al caos

Hoy Chile vive una tragedia política. La llegada de la izquierda radical al poder ha traído exactamente lo que siempre trae:

  • Inseguridad.
  • Ruina económica.
  • Inmigración descontrolada.
  • Violencia.
  • Ataques a la propiedad.
  • Hundimiento institucional.

El actual gobierno {de Gabriel Boric] representa el fracaso del progresismo, la demolición del orden, la destrucción de la herencia de prosperidad construida durante décadas. Chile ha dejado de ser ejemplo para convertirse en advertencia.

Y por eso hoy, justamente hoy, la figura de Pinochet vuelve a resurgir con fuerza entre el pueblo chileno. No por nostalgia ideológica, sino por memoria real. Porque la gente compara. Y al comparar, entiende.

Pinochet no fue perfecto. Pero fue necesario.

Pinochet no fue un santo. Ningún gobernante en tiempos de guerra política lo es. Pero fue necesario. Fue el hombre que apareció cuando Chile estaba a un paso del abismo. Fue quien frenó el comunismo. Fue quien puso orden. Fue quien devolvió la nación a su pueblo.

Y eso es precisamente lo que la izquierda jamás podrá perdonar.

Porque su odio a Pinochet no nace del amor a la democracia, sino del rencor por haberles arrebatado su proyecto totalitario.

Hoy, más que nunca, recordar a Pinochet es recordar la verdad

Recordar a Pinochet hoy no es un acto de provocación. Es un acto de justicia histórica. Es decirle al mundo que:

El comunismo arruina países.

La propaganda miente.

La prosperidad no nace del socialismo.

Y que los pueblos, cuando despiertan, siempre buscan orden, libertad y seguridad.

Chile lo hizo una vez.

Y está a punto de volver a hacerlo.

Porque cuando la nación despierta, siempre derrota a la ideología.

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