Donald Trump frente al establishment globalista

Poder, soberanía y conflito político en los Estados Unidos de América

Por Dr. Luis Tomás Zapater Espí [1]

Imagen ilustrativa: red social X | @realDonaldTrump

I INTRODUCCION

A menudo en el mundo occidental los mass-media, dominados por unas pocas corporaciones financieras de inmenso poder, descalifican todo lo que queda fuera del Sistema, como mínimo, con el incómodo adjetivo de ¨populismo¨, y a lo sumo con la máxima descalificación de los actores que quedan fuera de la corrección política dominante: el «extremismo». Recurriendo a categorías supuestamente morales de la política en lugar de científicas, el Sistema se ha intentado blindar de cualquier cambio de orientación que ponga en peligro su negocio político, hablando de «outsiders», «accidentes históricos» respecto de aquellos políticos que se salen del guion pre-establecido.

Sin embargo, la persistencia de Donald J. Trump como actor central de la política estadounidense no puede explicarse adecuadamente desde categorías morales o psicológicas, como suele hacerlo el periodismo dominante. Interpretarlo (como si él encarnara el «Fascismo»), como una «anomalía populista» o un «accidente histórico”, constituye un error analítico grave. Trump representa, con todas sus imperfecciones, un cuestionamiento estructural del consenso liberal-globalista que ha gobernado Estados Unidos desde el final de la Guerra Fría.

En el presente artículo se analiza la estrategia política de Donald Trump para consolidarse en el poder tras las segundas elecciones en las que ha resultado victorioso, utilizando los métodos histórico, y también comparado, al contrastar su campaña con la de otro precedente calificado de «populista» por el sistema, Ross Perot, que tuvo popularidad a comienzos de la década de los 90.

II EL PRECEDENTE PEROT. UNA COMPARATIVA CON LA CAMPAÑA DE TRUMP (1992/2015)

Hoy pocos recuerdan que hace poco más de treinta años surgió un candidato a la presidencia de los Estados Unidos de América que hizo saltar todas las alarmas del Sistema, que lo calificó de outsider. Se trataba de Ross Perot (Texarkana, Texas, 27 de junio de 1930-Dallas, Texas, 9 de julio de 2019). También exitoso empresario, como Donald Trump, que trató de vertebrar el descontento popular contra el sistema político dominante.

En 1992, Perot, intentó atacar el sistema desde fuera del sistema, con su Partido de la Reforma de los Estados Unidos como candidato independiente  con un programa anti-establishment, con políticas tales como equilibrar el presupuesto federal, favorecer tipos de control de armas, oponerse al TLCAN y promulgar la democracia directa electrónica a través de «asambleas públicas electrónicas»; se convirtió en una opción viable para los votantes decepcionados con Bush y Clinton quienes representaban las alas moderadas de sus partidos.[2]

¿Por qué siendo un empresario exitoso y un líder popular que encarnaba la voz del descontento con las instituciones no pudo triunfar, mientras que Donald Trump sí ha tenido éxito? Conviene analizar los factores que impidieron a Perot culminar su campaña en la presidencia de los Estados Unidos de América, que enumero a continuación:

A) El freno del bipartidismo

En el sistema presidencial de Estados Unidos, el ganador lo gana todo, y el perdedor lo pierde todo. Un tercer candidato puede sacar 20% del voto nacional, y aun así no ganar ningún Estado. En 1992 Perot sacó 19% del voto popular, lo que no le permitió alcanzar representatividad alguna. Trump, en cambio, tomó el Partido Republicano desde dentro, lo cual fue decisivo.

B) Falta de estructura partidaria

Perot no tenía partido fuerte, solo una campaña personal. Sin maquinaria local, gobernadores, congresistas, ni cuadros políticos. Trump heredó toda la estructura republicana una vez ganó las primarias.

C) Inestabilidad y errores personales

Perot abandonó la campaña en 1992 y luego volvió. Eso dañó gravemente su credibilidad. Parecía errático, conspiranoico por momentos. Trump, aunque caótico, nunca se retiró ni dio señales de rendición.

D) Mensaje limitado (economicismo y tecnocratismo)

Perot hablaba casi exclusivamente en términos económicos: de déficit, deuda, comercio, etc.; pero la política demuestra que son ciertas las palabras de Jesucristo cuando dijo que no solo de pan vive el hombre;[3] pues si bien es cierto que la Economía moviliza a algunos, no obstante no construye, por sí sola, una base emocional amplia. En cambio, Donald Trump añadió, además de un claro mensaje económico, los valores políticos de identidad, anti-inmigración, y resentimiento cultural (“ellos contra nosotros”). Eso engancha a más votantes, para bien o para mal. Se podría decir desde el punto de vista de la clasificación de los partidos políticos, que el partido de Perot era un partido de electores de manual,[4] (desideologizado, con respuestas tecnocráticas frente a los políticos profesionales), pero adolecía de falta de ideología, punto con la que sí polariza Donald Trump.

E) Las ventajas de la estrategia de Trump

Donald Trump aprendió de los límites que había tenido Ross Perot, y que le habían impedido pasar de la mera protesta a la propuesta con viabilidad electoral: Trump no fue independiente, sino que reconvirtió un partido ya estructurado e institucionalizado. Sabía que, en una estructura institucionalizada de bipartidismo estadounidense, presentarse de 0 con partido nuevo, además de altamente costoso era un ejercicio quijotesco de lanzarse a galope tendido contra molinos de viento.

En definitiva, La receta de Donald Trump, a diferencia del intento de Perot, fue aprovechar el aparato de uno de los dos partidos básicos para que el sistema funcione, por lo que su orientación estratégica e ideológica supone un cambio del sistema desde dentro del sistema.

Más que una figura aislada, Trump es el síntoma político de una crisis de legitimidad: crisis de las élites dominantes, de la globalización económica y del entramado cultural progresista que monopolizó el discurso público durante décadas sin someterse a escrutinio democrático real.

III LOS EJES POLITICOS DE LA PRESIDENCIA DONALD TRUMP

Una vez vista la comparativa con el modelo alternativo anterior, de los años 90, veamos ahora en qué ejes políticos ha discurrido la presidencia Donald Trump:

A) Economía política: ruptura con la ortodoxia neoliberal globalizante

Desde una perspectiva de economía política, la presidencia de Trump supuso una desviación consciente del paradigma neoliberal dominante en ambos partidos. Su política fiscal, comercial e industrial no estuvo orientada a maximizar eficiencia abstracta, sino a reordenar incentivos en favor del Estado-nación.

Desde la perspectiva de la economía política, la Presidencia de Trump ha supuesto el abandono de modelo neo-liberal en favor de una nueva política económica de corte nacionalista y proteccionista, complementada con una racionalización de la política fiscal por medio de recortes impositivos que favorezcan la riqueza empresarial, y el fomento de la iniciativa privada; de otro lado,  el enfrentamiento directo con China, percibida por Trump como la gran rival geoestratégica, y no tanto Rusia, marcando clara diferencia tanto con su predecesor en la Presidencia, como con una Unión Europea dominada por políticos irracionalmente rusófobos.

Trump ha contradicho la narrativa de estudio obligatorio en las universidades de ciencias económicas del mundo occidental, tan manipuladas por la influencia neo-liberal o neo-marxista, que han coincidido en negar efecto positivo alguno al nacionalismo económico (al que critican como «disfuncional»), no desde premisas comprobables científicamente, sino desde dogmas, que a la luz de la experiencia económica trumpista y de otras economías de otros tiempos que aplicaron ese modelo, resultan claramente falaces. No ha habido que esperar a este segundo mandato para comprobar que la nueva política económica de Trump estaba en lo correcto: la economía estadounidense gozaba de un crecimiento sostenido, el desempleo alcanzó mínimos históricos y se mejoraron los ingresos reales en sectores excluidos por el modelo económico globalista, que solo había beneficiado a los grandes magnates financieros y corporativos, y todo este crecimiento, curiosamente (por no decir sospechosamente) se paralizó por la pandemia. ¿O deberíamos decir plandemia, teniendo en cuenta su origen chino, y que el país de Extremo Oriente proscribió cualquier investigación que pudiera concluir la más mínima responsabilidad del gobierno del Partido Comunista Chino en la catástrofe, como amenazó al gobierno australiano con vetar la importación de carne de Australia si proseguían con sus pesquisas sobre el origen de la epidemia?[5]

Los recortes impositivos, la presión para la relocalización industrial y la confrontación directa con China respondieron a una lógica clara: la globalización había beneficiado de forma desproporcionada a sectores financieros y corporativos, mientras erosionaba la base productiva estadounidense. El trumpismo politizó esa asimetría.

Los datos previos a la pandemia son contundentes: crecimiento sostenido, desempleo en mínimos históricos, y mejora del ingreso real en sectores tradicionalmente excluidos. Estos hechos son sistemáticamente minimizados porque contradicen el relato según el cual el nacionalismo económico es inherentemente disfuncional.

B) Ruptura del tabú sobre las fronteras, espacio natural del ejercicio del poder soberano del Estado

Desde su primera campaña electoral, Donald Trump señaló que la soberanía estatal no es un valor relativo, sino un dogma innegociable, lo que se tradujo en el cuestionamiento de la promoción de las migraciones, o al menos en el control ineficaz sobre la inmigración ilegal tan propio de los gobiernos demócratas estadounidenses en particular, o de aquellos orientados hacia la izquierda o el centro-derecha en general en el mundo occidental (es decir, de los gobiernos anti-nacionalistas, tipo Merkel, Sarkozy, Macron, Zapatero, Sánchez,  un largo etc). Trump no dudó a la hora de confrontar, no solo con sus adversarios del partido demócrata, sino también con una importante parte de la sociedad civil mayoritaria en el Estado de California , frente al slogan demagógico de papeles y nacionalidad para todos, siendo el famoso «muro de la vergüenza»(según los progresistas), más un símbolo que una política pública a desarrollar, pero le permitió obtener el apoyo del electorado de valores tradicionales y nacionalistas de los Estados Unidos, de aquellos que no desean pedir perdón por su herencia cultural y genética blanca y anglo-sajona, que, en definitiva, son los descendientes del principal grupo humano que, para bien o para mal, edificó el núcleo inicial y principal del país. Y aunque la izquierda radical trató de manipular a la opinión pública intentando desplazar el debate sobre la inmigración ilegal hacia el dilema racismo-antirracismo, en realidad amplios sectores de la sociedad civil estadounidense que no pertenecen al ámbito cultural WASP apoyaron su iniciativa de control de fronteras, porque vieron que lo que se está debatiendo en realidad es un problema de fondo sobre seguridad y salud públicas.

La reacción visceral de medios, ONGs y organismos internacionales reveló hasta qué punto el discurso sobre fronteras había sido secuestrado por una moralización selectiva, ajena a los efectos concretos sobre comunidades locales.

C) Guerra Cultural contra la hegemonía progresista

Desde el punto de vista cultural, Trump actuó como agente de desestabilización hegemónica, contra la primacía y legitimidad del discurso izquierdista del mundo occidental y sus contra-valores: internacionalismo, globalismo, laicismo, «tolerancia», anti-militarismo, anti-esencialismo, multiculturalismo, relativismo, etc.

Desde la derrota de la derecha revolucionaria en la guerra civil intraeuropea (1936-1945), la izquierda aparecía como dominadora del debate intelectual en todo el mundo occidental, y en el caso de los Estados Unidos de América, la izquierda había sido reforzada en el ámbito cultural, ya desde la pos-guerra fría, por la ofensiva que la Unión Soviética inició con agentes intoxicadores pro-comunistas en el arte y en la universidad estadounidense, mientras en Europa con la escuela de Frankfurt se ponían las bases del marxismo cultural. Tal ha sido el punto de hegemonía política de la izquierda, que lo que escapaba de su control dogmático era etiquetado como «fascismo», de manera que desde 1945 hemos asistido a cincuenta mil definiciones falsas sobre el fascismo, a conveniencia de lo que la izquierda señalaba a cada momento, y de manera inquisitorial, y como incumplimiento de sus dogmas falaces.

Universidades, grandes medios y plataformas culturales, artísticas y tecnológicas operan hoy como aparatos de reproducción ideológica, con alto nivel de endogamia, (se las podría designar como «mafias culturales»),y donde la disidencia es tolerada solo de forma simbólica. Trump no creó esa dinámica; la expuso. La censura, la cancelación y la estigmatización aumentaron precisamente en nombre de valores supuestamente liberales.

La paradoja es evidente: quienes se proclaman defensores de la democracia liberal son los primeros en justificar la supresión del debate cuando este amenaza su hegemonía cultural, como quedó de manifiesto, por ejemplo, con los defensores del enfoque del discurso en Ciencia Política, que hipócritamente defienden el relativismo, pero en la práctica señalan que no es tolerable un discurso que ponga en cuestión el modelo democrático liberal, que aparece como sagrado e intocable.

D) Política exterior: realpolitik frente a idealismo subjetivista

A diferencia de sus predecesores demócratas o incluso republicanos, Trump ha buscado en política exterior la defensa de los intereses nacionales por encima de todo. Incluso ha podido callar voces discrepantes muy críticas dentro del nacionalismo estadounidense, como frente a los que desde posiciones de la derecha más radical lo acusaban de ser un falso patriota al servicio de los sionistas, pues ha tratado de resolver el conflicto con Rusia, e incluso buscó una solución relativamente negociada con Irán en el contencioso del país chií con Israel,[6] y no le tembló el pulso para señalar su decepción con parte de la comunidad judía porque a su entender no había sido suficientemente agradecida con el apoyo que había recibido de su administración, que no se había traducido en un respaldo electoral proporcionalmente justo.[7]

De otro lado, contrariamente a la narrativa de los grandes medios informativos, la política exterior de Trump fue menos belicista que la de muchas administraciones anteriores. De hecho, la presidencia Obama, que parecía tan «simpática» a los pacifistas por su aparente promoción de valores progresistas, ha sido una de las que más gente ha eliminado de la faz de la Tierra en nombre de la seguridad nacional de todos los gobiernos habidos en los últimos 30 años en EEUU.[8]

La ausencia de nuevas guerras de gran escala, el repliegue estratégico y acuerdos como los Acuerdos de Abraham reflejan una lógica de intereses concretos, no de cruzadas ideológicas. Trump cuestionó el rol de Estados Unidos como garante universal de un orden liberal que ya no cuenta con consenso interno.

Esta postura, inicialmente ridiculizada, hoy es crecientemente asumida incluso por sectores que antes la condenaban.

IV CONCLUSION: TRUMPISMO = RUPTURISMO EN CONSOLIDACIÒN

Reducir el fenómeno del trumpismo a la polémica personalidad de Trump, que importuna a tantos, es intelectualmente cómodo, pero políticamente inútil. El trumpismo es un movimiento de ruptura que articula demandas dispersas: protección económica, soberanía política, libertad de expresión, y rechazo a la tutela tecnocrática.

Su fuerza no reside en ofrecer consenso, sino en forzar conflicto, algo que las democracias contemporáneas necesitan con urgencia. La estabilidad sin representación no es estabilidad, sino mero es estancamiento.

Trump incomoda porque señala una verdad que muchos prefieren evitar: señalar el fracaso del orden neo-liberal y el cuestionamiento de los dogmas de la izquierda no le han pasado factura política a Trump, dada la desconexión actual entre los políticos profesionales defensores del status quo con respecto a las bases de votantes desencantados.

Bibliografía breve orientativa

  • Fukuyama, F. Identity: The Demand for Dignity and the Politics of Resentment.
  • Mearsheimer, J. The Great Delusion: Liberal Dreams and International Realities.
  • Murray, D. The Madness of Crowds.
  • U.S. Bureau of Labor Statistics, indicadores macroeconómicos (2017–2019).
  • Discursos y documentos oficiales de la Administración Trump.

[1] Dr. En Ciencia política y Derecho Constitucional por la Universidad de Valencia, y actualmente profesor investigador titular-C en México; es también SNI con categoría de candidato.

[2] «https://www.pewresearch.org/politics/1992/06/16/year-of-the-outsider«.

[3] «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra ….» (Mateo 4:4)

[4] El partido de electores es aquel cuya actividad se concentra casi exclusivamente en los períodos electorales, carece de una organización permanente sólida y se dirige fundamentalmente al electorado como masa, más que a militantes estables.

Sartori, Giovanni Partidos y sistemas de partidos. Marco para un análisis Madrid: Alianza Editorial, 1987

pp. 90–93 (capítulo sobre tipos de partidos)

[5] https://www.abc.es/internacional/abci-china-suspende-importaciones-carne-australia-tras-amenaza-para-evitar-investigue-virus-202005121018_noticia.html

[6] Trump dijo que tanto Israel como Irán habían estado peleando tanto y tan largo que “no saben realmente lo que están haciendo” (“they don’t know what the f* they’re doing”)** al referirse a la forma en que se rompió el alto el fuego que él había promovido. (¨ellos¨-Irán e Israel-, ¨no saben lo que ellos foll…mente están haciendo¨ https://www.euronews.com/2025/06/24/trump-announces-israel-and-iran-ceasefire-is-in-effect-as-four-killed-in-israel

[7] “I really haven’t been treated right… Forty percent is not acceptable.”

— “Realmente no me han tratado bien… El 40% no es aceptable.”

Se quejó de que sólo alcanzaba porcentajes bajos de voto judío, pese a lo que él consideraba su récord a favor de Israel.

The Guardian https://www.theguardian.com/us-news/2024/sep/19/trump-jewish-voters-election

“Anybody who’s Jewish and loves being Jewish and loves Israel is a fool if they vote for a Democrat.”

— “Cualquiera que sea judío, ame ser judío y ame a Israel es un tonto si vota por un demócrata.”

En un evento, Trump sugirió que no tiene sentido que judíos que apoyan a Israel voten por demócratas. https://www.wlrn.org/national-politics/2024-09-20/trump-tells-jewish-voters-they-have-no-excuse-for-supporting-harris

[8] Obama no fue un presidente pacifista, aunque su imagen pública lo sugiriera. Durante su presidencia (2009–2017): Expandió enormemente la guerra con drones, especialmente en: Pakistán, Yemen, Somalia. Aprobó operaciones encubiertas y bombardeos con menor control público. Mantuvo y amplió conflictos heredados: Afganistán, Irak (aunque retiró tropas formales, siguieron operaciones). Intervino en Libia, lo que terminó en el colapso del Estado. Apoyó militarmente conflictos indirectos (Siria). El resultado: miles de muertos, incluidos civiles, muchas veces sin transparencia. Además, Obama relajó los criterios para autorizar ataques letales.

Se institucionalizó la práctica de “kill lists” (listas de objetivos a eliminar, incluso ciudadanos estadounidenses). Todo eso contradice la imagen “progresista y humanitaria” que muchos tenían.   https://foreignpolicy.com/2012/02/27/the-obama-doctrine   

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