Samuel Garcia es un claro ejemplo de lo que más ha criticado el presidente López Obrador: es un fifí y aspiracionista; egresado de licenciatura y maestría en el clasista Tecnológico de Monterrey y que tiene dos doctorados. Se dio a conocer cuando dijo que 50 mil pesos al mes constituían un «sueldito» y cuando propuso que todos tuvieran un auto Tesla. Así o más fifí.

Pero paradojicamente este (que sí es un clasista, racista y todo lo demás), tanto como gobernador y como frustrado aspirante a la Presidencia de la República, ha tenido la simpatía y apoyo del jefe del Ejecutivo federal.

Es explicable que el presidente de la República, que no es abogado, se equivoque en cuestiones juridicas; pero lo haga Samuel, con tantos estudios jurídicos, solo evidencia que siempre actuó de mala fe.

Quería, al mismo tiempo, seguir gobernando Nuevo León a través de su incondicional, y cumplir con la encomienda de dividir el voto opositor.

Manejó una falsedad: que tenía el apoyo de los jóvenes, pero nada más falso. Como profesor universitario, me dicen mis alumnos, que para los jóvenes de clases medias y populares su actitud es profundamente antipática, y solo les parece bien a los jóvenes júniors (los llamados mireyes o fresas), que son una minoría muy ruidosa en las redes, pero que significan muy pocos votos.

La mayor prueba de que él mismo sabía que no iba a ganar es que quiso mantener el control de la gobernatura, y cuando vio que por una decisión plenamente jurídica, la Corte señaló que el interino tendría que ser el nombrado por la legislatura, optó por dejar la candidatura.

El Antiguo Testamento enseña que el profeta Samuel advirtió de los peligros de los reyes que abusan del poder, y fue quién que puso al primer rey judío: Saúl.

El Samuel regio resultó un falso profeta que dañó a su estado, evidenció que no es confiable y que los doctorados en derecho no sirven, cuando la ambición se antepone a la legalidad.