El ojo invisible del Estado

La Lección del “Chat Control” y la Alarma Silenciosa de México

Por Oscar Méndez Oceguera

Imagen ilustrativa: Philippe Gonzalez | Linkedin

Europa frenó una ley que habría cambiado la idea misma de privacidad; México, en cambio, parece caminar hacia la vigilancia sin saberlo.

El proyecto conocido como “Chat Control” —presentado por la Comisión Europea con el propósito de combatir el abuso sexual infantil en línea— pretendía obligar a todas las plataformas digitales a escanear los mensajes privados, incluso los cifrados, antes de ser enviados.

Una idea que, bajo el pretexto de proteger la inocencia, terminaba por destruir la intimidad.

El Consejo Europeo debía votarlo. No lo aprobó.

Alemania se negó a cruzar esa línea, y con ese acto recordó a todo el continente que hay fronteras morales que la técnica no puede abolir.

Fue una victoria discreta, pero civilizatoria: el recordatorio de que la seguridad sin verdad se convierte en tiranía, y la verdad sin libertad, en propaganda.

I. Europa: el poder contenido

La ministra del Interior alemana, Nancy Faeser, declaró que no podía respaldar una medida que rompiera el principio de confidencialidad de las comunicaciones.

Su negativa bastó para dividir al Consejo y detener el proyecto.

Empresas tecnológicas alemanas —Tuta Mail, Proton, entre otras— anunciaron que preferirían acudir a los tribunales antes que servir de instrumentos a un sistema de vigilancia masiva.

“Romper el cifrado”, advirtieron, “es romper la confianza”.

Y tenían razón.

Sin confianza no hay comunicación, y sin comunicación libre no hay comunidad humana.

Europa, que tantas veces ha confundido el progreso con el control, ha tenido un raro momento de lucidez: comprendió que no se puede proteger al hombre anulando su alma.

Ese “no” alemán fue más que una decisión política: fue un acto de prudencia moral, una defensa de la naturaleza humana frente a la tentación de la omnipotencia técnica.

II. México: la versión sin espejo

En México no se ha pronunciado aún la palabra “Chat Control”, pero ya se respira su espíritu.

Las nuevas leyes —la Ley del Sistema Nacional de Investigación e Inteligencia, la reforma a la Guardia Nacional, y la creación de la Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones— avanzan con un discurso idéntico: la promesa de “modernización” y “prevención”.

Nadie habla de espionaje; todos hablan de “eficiencia”.

Y así, entre buenas intenciones y decretos anodinos, se construye la arquitectura del control.

Lo que en Europa se debatió a la luz del día, aquí se tramita entre comisiones, informes y silencios.

Allá el poder se contuvo; aquí, el poder se disfraza de reforma administrativa.

Europa preguntó si era lícito romper el secreto de las comunicaciones; México ni siquiera se ha tomado la molestia de preguntar.

Y sin embargo, toda civilización empieza a morir cuando deja de hacerse preguntas.

III. El límite como virtud política

El gran error de la modernidad no está en querer proteger, sino en hacerlo sin reconocer límites.

Un poder que se cree redentor acaba siendo absoluto, y lo absoluto, en manos humanas, siempre degenera en abuso.

El límite no es un obstáculo para la autoridad; es su dignidad.

Por eso el “no” de Alemania vale más que mil discursos sobre derechos digitales: porque en un mundo que todo lo autoriza, decir “no” se ha vuelto el último acto de libertad.

México debería mirar hacia ese ejemplo con humildad.

No es Europa quien nos da lecciones: es la realidad moral la que nos exige cordura.

Porque mientras allá los gobiernos temen violar el derecho a la intimidad, aquí legislamos con ligereza sobre bases de datos biométricos, geolocalización y metadatos, como si los hombres fueran piezas de un tablero que el Estado puede mover a voluntad.

Cuando el poder deja de reconocer su límite, la libertad deja de ser un derecho y se convierte en un permiso.

IV. Lo que el Congreso mexicano debería ver

La noticia de que el “Chat Control” no fue aprobado en Europa no es un triunfo lejano, sino un espejo inmediato.

Debería mover a reflexión a nuestros diputados y senadores, no por imitar a Europa, sino por recordar que la prudencia es la forma más alta de la inteligencia política.

Los argumentos de la oposición alemana deberían ser leídos en el pleno mexicano como una advertencia:

            •         No se puede violar la privacidad de millones para castigar a unos pocos.

            •         No existe tecnología infalible que no produzca falsos positivos.

            •         No hay libertad posible si el Estado puede mirar sin orden judicial.

Un Congreso digno no es el que legisla más rápido, sino el que piensa más lentamente cuando la ley toca los cimientos de la persona humana.

V. La vigilancia legítima: cuando ver es proteger y no poseer

No toda vigilancia es ilegítima.

El orden político tiene el deber de prevenir el mal y proteger a los inocentes, pero ese deber solo conserva su dignidad cuando está gobernado por la razón, no por el miedo.

La vigilancia es justa cuando se orienta al bien común sin destruir los bienes superiores que la sostienen: la dignidad, la intimidad y la confianza.

El principio es claro: un poder que ve para proteger es legítimo; un poder que ve para poseer, deja de serlo.

La diferencia no está en el acto de mirar, sino en la intención y en la medida con que se mira.

La vigilancia legítima se reconoce porque respeta tres condiciones inseparables:

            1.        Tiene un fin justo: busca la seguridad sin disolver la libertad; la paz sin imponer el temor.

            2.        Usa medios proporcionados: no presume culpa universal ni convierte la prevención en sospecha.

            3.        Actúa bajo autoridad y control: está sujeta a ley, razón y límite, no a la voluntad anónima de un sistema técnico.

Cuando la autoridad olvida estas condiciones, la vigilancia deja de ser servicio y se convierte en dominio.

El poder justo se limita a lo necesario; el poder injusto confunde su deber con su deseo de omnisciencia.

Un Estado prudente entiende que no todo debe verse.

Porque cuando el poder quiere iluminarlo todo, termina por oscurecer lo esencial: ese espacio interior donde el ser humano piensa, ama y elige libremente.

VI. Conclusión: el derecho a la sombra

Europa se detuvo a tiempo. México todavía puede hacerlo.

El peligro no es la vigilancia, sino su extravío.

La vigilancia que nace de la prudencia protege; la que nace del miedo controla.

La primera fortalece el orden; la segunda lo devora desde dentro.

Todo poder tiene derecho a ver, pero solo dentro de los límites que preservan la libertad de quienes obedecen.

Y cuando el poder pretende verlo todo, deja de ser guardián y se convierte en dueño.

La libertad, como la luz, necesita su medida: un Estado sabio sabe cuándo debe mirar y cuándo debe apartar la vista.

El “Chat Control” no pasó, y eso —por ahora— es una buena noticia.

La mejor sería que también nuestros legisladores abran los ojos antes de que el Estado, en nombre de la protección, nos robe el derecho de ser invisibles.

Porque sin ese rincón de sombra donde el hombre puede ser libre ante la mirada del poder, no queda hombre libre: queda súbdito.

Y donde todo se ve, nada se comprende.

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