El plan del futuro y la guerra por el alma humana

Por Oscar Méndez Oceguera
Imagen ilustrativa: Observatorio Política China
China ha presentado su nuevo plan quinquenal 2026-2030.
En apariencia, se trata de un documento económico, pero en el fondo encierra un rediseño del orden mundial.
El texto oficial traza tres ejes de transformación que, tomados en conjunto, configuran un nuevo paradigma civilizatorio:
1. Cambio de paradigma económico: del crecimiento cuantitativo al control tecnológico de la producción.
2. Cambio de paradigma demográfico: del envejecimiento a la manipulación de la natalidad como instrumento de poder.
3. Cambio de paradigma ontológico: la integración del cerebro humano con la inteligencia artificial, es decir, la fusión entre pensamiento y código.
Los dos primeros ejes son estratégicos; el tercero es metafísico.
Y es precisamente en ese tercero donde se oculta el verdadero rostro del nuevo siglo.
⸻
I. EL CAMBIO ECONÓMICO — DE PRODUCIR A CONTROLAR
China ya no busca fabricar más, sino depender menos.
El objetivo no es la expansión, sino la autosuficiencia tecnológica.
La riqueza deja de medirse en divisas y se mide en dominio de sistemas: chips, tierras raras, energías limpias, inteligencia artificial.
El crecimiento ya no es sinónimo de bienestar, sino de capacidad de resistir.
El Estado sustituye la libertad del mercado por la seguridad de la planificación integral, creando una economía cuya finalidad no es servir al hombre, sino asegurar la supervivencia del propio Estado.
⸻
II. EL CAMBIO DEMOGRÁFICO — DE LA VIDA A LA FUNCIÓN
El envejecimiento poblacional amenaza la estabilidad del sistema.
Por eso, el gobierno ha pasado de limitar los nacimientos a subvencionar la natalidad: vivienda, beneficios fiscales, ayudas directas por hijo.
Sin embargo, detrás de esa aparente defensa de la familia se esconde una lógica funcional: el ser humano vuelve a ser recurso, no persona.
Nacer ya no es participar en el misterio de la vida, sino mantener operativa la máquina social.
La demografía se convierte en política industrial.
Y cuando el nacimiento obedece a razones de productividad, la vida misma deja de tener un sentido trascendente.
⸻
III. EL CAMBIO ONTOLÓGICO — LA FUSIÓN ENTRE INTELIGENCIA Y PODER
El tercer eje es el más radical.
El plan chino prevé el desarrollo masivo de interfaces cerebro-computadora, el empleo de la inteligencia artificial en procesos neuronales y la creación de industrias destinadas a integrar el pensamiento humano con los sistemas de control digital.
Lo que antes se imaginaba como ciencia ficción se convierte ahora en programa de Estado.
Ya no se trata de dirigir a las masas, sino de construir el modo mismo de pensar.
El Occidente tecnológico avanza por la misma senda, aunque con otro lenguaje: la BRAIN Initiative estadounidense y las empresas de neuro-computación persiguen idéntico fin bajo la máscara de la innovación médica.
El resultado, sin embargo, es uno solo: la mente humana transformada en infraestructura política.
⸻
ONTOCRACIA: LA INGENIERÍA DEL SER
En esta nueva arquitectura del poder, la libertad no se suprime: se redefine.
Ya no consiste en elegir el bien, sino en funcionar correctamente dentro del sistema.
El control ya no se ejerce desde arriba, sino desde dentro.
Cada cerebro conectado será un nodo; cada pensamiento, un dato; cada error, una anomalía que debe corregirse.
El Estado y la corporación comparten el mismo instrumento: la ingeniería del juicio.
Así nace la ontocracia digital: el gobierno del ser por medio del código.
El poder deja de actuar sobre la materia y pasa a modelar la estructura misma del entendimiento.
No dirige las acciones: programa las condiciones mentales que las hacen previsibles.
La política desaparece, sustituida por la administración algorítmica de las conciencias.
La ontocracia no necesita coacción.
Su eficacia radica en haber expropiado el libre albedrío.
La voluntad permanece, pero vaciada de contenido: se puede elegir, sí, pero solo dentro del margen permitido por el sistema.
La libertad persiste nominalmente, aunque ya no existe realmente.
La perversión es más profunda que cualquier totalitarismo clásico, porque no actúa sobre la ley, sino sobre el ser.
No destruye la naturaleza humana: la reprograma.
No enfrenta al hombre con la violencia externa, sino con la cancelación interior de su finalidad.
El libre albedrío deja de ser un don ontológico y se convierte en una variable de control.
El hombre deja de ser principio de acción y pasa a ser resultado de diseño.
El problema no reside en los metales ni en los chips, sino en la pretensión de sustituir el orden natural por un orden fabricado.
En esa transferencia, el poder ya no organiza la sociedad: recrea al hombre.
Y así, la ontocracia no es una forma de gobierno, sino la disolución misma de la política: el punto donde el Estado deja de gobernar a ciudadanos y pasa a administrar seres.
El fin del hombre no llega por destrucción, sino por la pérdida de su fin.
Cuando ya no hay causa final, el ser se reduce a funcionamiento, y el hombre a sistema.
El poder no necesita eliminarlo: le basta con impedirle trascender.
Porque quien no puede tender hacia el bien deja de ser libre; y quien deja de ser libre, deja de ser humano.
⸻
EPÍLOGO — PREGUNTAS PARA UN FUTURO SIN ALMA
¿Puede el hombre seguir siendo persona cuando su entendimiento ha sido convertido en función?
¿Puede haber verdad donde ya no hay juicio?
¿Puede sobrevivir la libertad cuando el poder habita dentro del pensamiento?
¿Y qué queda de la política cuando el ser mismo ha sido administrado?
El siglo XXI no está definiendo solo el destino de las economías, sino el destino del hombre.
Porque la verdadera batalla no es entre China y Occidente, sino entre el orden natural del ser y la fabricación de una humanidad sin fin.
De esa respuesta dependerá si el futuro será todavía humano o si habremos cruzado, sin retorno, el umbral del alma.

[…] de octubre de 2025 China 2026-2030 […]
Me gustaMe gusta